Visitas Almagro Post

domingo, 26 de julio de 2015

El cielo almagreño

foto 1 cielo naranja con veletita 01La necesidad fue siempre, madre de la audacia.
Shakespeare

No corras tras la poesía, ella penetra por sí sola a través de las junturas (Elipsis)… que decía el cineasta francés Robert Bresson. Así ocurre cada tarde, casi noche, a la hora más fronteriza y más frágil del día, al salir de La Veleta. Después de la función, está el cielo. Ese cielo manchego que quieras o no penetra en ti por las junturas; ese cielo que te encuentras al final del camino verde que conduce a la salida de la finca de Luis y Elena, ese camino arbolado que pudiera ser o estar en muchos otros lugares del pasado y que sin embargo está aquí, en Almagro, ensoñándose a sí mismo, tan tranquilo, tan suave, tan feroz o quebradizo, cielo encendido o velado, tan inesperado, irrepetible cielo púrpura, abandonándose generosamente al sol, apenas derretido. Al final del camino, poco a poco y respirando lo que haya quedado del teatro vivido, se abalanza sobre ti la luz de Almagro, y te muerde despacio.

Si no lo ves, si no lo miras, si no te entregas a ese cielo multiplicado por la emoción del teatro, a ese estar, a esa luz, en ese preciso instante te pierdes lo irrepetible.
Así es el teatro que está vivo, distinto y único, palpitante en ese fugaz instante, nunca igual al que fue, nunca posible en el qué será. Para ver esa luz hay que estar ahí pero no solo estar, hay que ser alguien ahí, sentirse. Sin forzar, sin perseguir la luz, ni la poesía, ni estado alguno, solamente disponible, transparente ante el instante. Estar en presente.

Qué mágico es que una sucesión de instantes así pueda dejar un trazo más intenso, en la piel por dentro, que una hora entera, un día, una semana o todo un año  de vida sin luz… o sin teatro.
Qué prodigioso es que lo efímero se pose y cale, que lo frágil golpee, que lo intocable abrace, que uno pueda sentirse tocado, como si en el combate de esgrima que a veces es la vida, quedaran impresos únicamente los instantes que de un modo u otro, han sido penetrados de poesía.

¿Y qué es la poesía en el teatro sino la emoción? Ese estado inexplicable y breve que una o dos palabras, un verso, una estrofa, una situación, una mirada, una imagen, una energía… son capaces de provocar, y solo cuando ocurren, estalla por dentro del espectador iluminado un globo de agua que todo lo humedece y lo esponja. Se enciende el centro, es decir, lo humano.

Y qué pena, que derrota artística, que tan pocas veces sienta uno en el teatro esta certeza inconfundible y concreta de estar vivo. Y cuánto esfuerzo más habría que hacer – esfuerzo libre y feliz, no impostado – por preservar y descubrir la emoción, en el teatro.
Como diría Andrea D´Odorico: la emoción exige concreción. Y yo añadiría: vivir, tal vez soñar…pero para conseguir hacer verdad ese sueño escénico, solo sirve trabajar, trabajar, trabajar, investigar, bailar, estudiar, entrenar, correr, cantar, entrenar de nuevo, leer, leer, leer, leer…

Pero además o más bien por encima de todo lo demás, es necesario, creo, tener o exigirse a uno mismo la necesidad imperiosa y profunda de traspasar el alma, la necesidad de alcanzar la excelencia, para conseguir que el regalo que hagamos al entregar nuestro teatro, sea más puro y más cercano, más real y más palpable, más… para algo. Si no, ¿por qué hacemos esto, para qué hacemos todo, para qué hacemos, teatro? Revisemos solos y entre todos, cual es la poderosa necesidad de hacer esto que hacemos y devoremos la tarea que nos queda por hacer, desde el suspiro que provoca contemplar un instante el cielo de Almagro o desde la estocada de la luz en el pecho, o en la penumbra, quien sabe, pero con arrojo y sobretodo, como diría Borges, sin temor ni esperanza.

No creo, sinceramente, que pueda conseguirse de otro modo la alegría de la emoción ni la alegría de hacer teatro. Un teatro vivo, necesario, en presente, poderoso en toda su fragilidad, fugaz en su permanencia y en su penetración poética.
Para que esa sola y única vez que el teatro ocurre valga la pena, o más bien, valga la alegría, apostemos fuerte. Busquemos la necesidad sin pasar de puntillas. Al fin y al cabo, o al fin, la vida solo ocurre una vez, como el teatro. Indaguemos en esas junturas de la emoción, para hacer que esto que nos pasa, el teatro que nos traspasa, consiga, en lugar de pasar, posarse en alguien o mejor aún, en muchos.

Y de vez en cuando, o si van a La Veleta… deténganse un instante, solo uno, no a ver sino a mirar la luz del cielo de Almagro.
Beatriz Bergamín
(Fuente.- Blog del Festival ¡Qué me narras¡ )

No hay comentarios:

Publicar un comentario