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Al
deshacer las maletas y la mochila, me topé inesperadamente con aquel enigmático
sobre 212. Tras observarlo un buen rato, despegué su solapa y apareció el
contenido, un buen montón de folios encuadernados con un canutillo de alambre.
Su portada, color sepia, tenía estampada
una señal de TOP SECRET en rojo, contorneado por un rectángulo de gruesa línea
negra.
En su
interior, un título, “Confesión sobre la organización terrorista ANUBIS”,
precedía a 90 folios, paginados a doble cara, que estaban agrupados en varios
capítulos. El dossier presentaba minuciosamente numerosos datos y variadas
circunstancias. No salía de mi asombro, podía tener entre mis manos toda una
narración novelada para ser revisada por el editor antes de su publicación, o, todo
un guión cinematográfico listo para llevarlo a la gran pantalla.
Algo en mi
interior sembró de sospechas mi ánimo e intelecto. ¿Sería de verdad una
confesión de actos delictivos tras un arrepentimiento de edad tardía?.
Recordé
que ANUBIS era el dios egipcio asociado a la muerte, representado como un
chacal, o como un hombre con cabeza de perro. Era un nombre muy apropiado para
una organización secreta que significaría el mal en nuestra sociedad.
En sus
primeras anotaciones se presentaba el autor de aquella presunta confesión. Se
identificaba como Pascal Garnier, afamado y acaudalado arquitecto francés. Uno
de sus últimos trabajos conocidos era un pabellón en la Expo Milán, para alguno
de los países del Golfo Pérsico. No se prodigaba mucho en su trabajo de
creación, ya que había tenido la suerte de dirigir determinados proyectos
emblemáticos, muy bien pagados por gobiernos o millonarios propietarios.
Se
confesaba arrepentido por haber participado en sus años jóvenes, en la
construcción del lago artificial de Qiandao, cerca de Shanghai, para poner en
funcionamiento una enorme central hidroeléctrica, dejando sumergida una ciudad
milenaria de la cultura china. Con sus 85 años actuales, dictamina que aquel
trabajo fue toda una provocación a la conservación del patrimonio histórico
artístico. Afirma textualmente “uno de los peores pecados mortales de mi
vida”.
Al parecer
tiene su residencia en Avignon, en un palacete antiguo, muy bien rehabilitado,
cerca del Palacio de los Papas. Relata que donde más le gusta pasar los días es
en su mansión de la costa del Mar Negro. Actualmente su compañera sentimental,
Alexandra, veinte años más joven, es alta funcionaria de la FAO, la
organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, que trabaja
en cuestiones del cambio climático y cómo influye el mismo en la
productividad agrícola. Cuestiones de
cambios en los regímenes pluviométricos, sequía, inundaciones, plagas, etc.
En un
momento determinado de la narración, parece despedirse de Alexandra, “te he
querido mucho desde aquella noche que nos conocimos en Nueva York”, “hemos
tenido años felices y románticos, a veces a distancia por tus continuados
viajes gubernamentales y mis meses de ausencias por la arquitectura”. Siento
que estoy en peligro, tras años de ser tratado como un privilegiado.
“Me siento
vigilado, observado permanentemente a pesar de mantener un silencio sepulcral todos
estos años”.
Por
curiosidad, conecté internet y busqué en la prensa romana referencias de aquel
trágico suceso en el hotel que nos hospedábamos, una intuición me vino a la
mente, y sí, aparecía el nombre de Pascal Garnier como el huésped presuntamente
asesinado en aquel incidente calamitoso.
Inmediatamente
relacioné esa noticia con el sobre 212. Por algún maquiavélico error se me
había entregado de manera involuntaria, una documentación delicada y
perniciosa, comprometiéndome gravemente con aquella prueba en la que se
confesaban datos y hechos, hasta ahora ocultos, que por miedo o como defensa,
se escribieron concienzudamente para informar al mundo de todo un secreto, que
algunos estaban muy interesados en mantener en el cofre del olvido.
“Nunca
debí haber participado en la construcción de aquella ciudad secreta y
subterránea, ARCA de NOÉ, que alberga uno de los espacios maléficos y de poder oculto
de nuestra sociedad”.
Esta
confesión parecía sincera, con
credibilidad suficiente para que el estómago comenzara a crujirme, por los
nervios, preocupándome tener entre mis manos aquellos folios encuadernados, que
tenían la apariencia de toda una bomba de relojería.
No,
aquello no tenía la pinta de un guión cinematográfico, más bien era un intento
de defenderse, sabiendo que su vida podía estar en peligro. ¿Quién tenía que
recoger en el hotel aquel sobre?. Igual algún policía amigo, o algún
representante de los servicios secretos de alguna de las embajadas diplomáticas
en Roma, tal vez algún medio de comunicación con reaños para publicarlo.
Quienes
asesinaron a Pascal querían neutralizar aquel sobre, con confesiones que no
debían salir a la luz pública. No se amedrentaron ante el crimen, seguro la
extorsión o la amenaza no hicieron efecto de balsámico silencio voluntario.
Ahora el silencio y la ocultación estaban garantizados.
Lo
confirmaba aquel escrito al final del segundo folio, todo el equipo de
arquitectos e ingenieros que había dirigido en la construcción de la ciudad
secreta, habían fallecido, de aparente muerte natural, en accidente de coche,
en algún atraco puntual. El silencio era muy valioso y ANUBIS no se andaba con
chiquitas.