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viernes, 22 de mayo de 2020

El regreso a casa


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Al tercer día nos despedimos con un free tour por Roma, Plaza de España, Panteón Agripa, Plaza Navona, el barrio del Trastevere y una última visita a la Fontana de Trevi. Volvimos al hotel por los jardines del Quirinal. La verdad es que ya habíamos cumplido con el famoso rito de la moneda el primer día. Carla se empeñó en repetir el protocolo popular para poder hacer realidad aquello de volver a Roma.
“Que sea de dos euros, para que se cumpla más pronto nuestra vuelta”, exclamó Carla, elevando la voz para superar el sonido de la cascada y las gargantas de los cientos de turistas que aquella noche abarrotaban la plaza.
“Toma los dos euros y lánzala con la mano derecha sobre el hombro izquierdo”, me parece que pronuncié, mientras disparaba la cámara en varias ocasiones con la técnica de selfie, recortando nuestras dos figuras sobre las aguas transparentes y revolconas de la mayor fuente de Roma. Me vino a la memoria la película “Tres monedas en la fuente” de Jean Negulesco, en la que se cuenta, esa otra seducción de la fuente, tres romances de amor de tres amigas americanas que, cumpliendo con la tradición, disfrutaron de sus beneficiosos idilios.
Mientras nos aproximábamos al hotel percibimos un gran revuelo, sonar de sirenas policiales y ambulancias, quizás atendiendo un accidente en aquel tráfico tan convulso, tan agitado, de la Roma turística. De pronto, fuimos conscientes que el incidente o contratiempo era en la acera de nuestro mismísimo hotel. Un cuerpo humano bajo una manta de las asistencias, yacía sin vida encima de aquellas baldosas urbanas.
Nos zafamos de multitud de curiosos para desaparecer hacia el interior del hotel. En recepción, tras darnos la llave de nuestra habitación, nos detallaron que tendríamos que estar a disposición de la policía, que ya estaba investigando el suceso. Al parecer, se trataba de un posible suicidio de un huésped hacía muy pocos minutos, al precipitarse desde un quinto piso. No obstante, los investigadores tenían abiertas varias líneas de actuación, pensando en un accidente, un suicidio o, quizás, un acto violento intencionado como un asesinato.  Nos cotillearon que los agentes encontraron la habitación muy revuelta, como si se hubiera registrado a fondo en busca de algún secreto, de algún objeto tal vez comprometido.
El recepcionista del hotel, además de la llave de nuestra habitación, nos entregó un gran  sobre de color marrón en el que sólo constaba el número 212.
Nadie nos molestó esa noche pero iodo aquel suceso enigmático nos agitó, nos mantenía perturbados y no se podía conciliar el sueño. A la mañana siguiente, temprano, salíamos en tren hasta Venecia. Nuestra  otra mitad del viaje queríamos hacerlo en la ciudad de los canales, más Padua y Verona, localidades a las que era fácil acceder desde la mismísima estación de Santa Lucia, por la que ahora deambulábamos buscando la parada del vaporetto que nos arribaría hasta nuestro hotel en  el centro de Venecia.
Aquella jornada la dedicamos a visitar el Palacio Ducal, la Basílica de San Marcos y un paseo en góndola al atardecer, por el Gran Canal. Fue una experiencia fantástica en el ambiente carnavalero que tenía toda la ciudad. Carla no pudo resistirse a comprar un precioso antifaz, que le hacía resaltar su belleza natural. Por la noche, fue un auténtico gozo aquella terraza Café Florían, en plena Plaza de San Marcos.
La prensa  italiana de aquel 2 de marzo, informaba con grandes titulares, de la expansión de una enfermedad infecciosa por toda la Lombardía y otras zonas del norte de Italia. La Organización Mundial de la Salud, OMS, alertaba de un coronavirus maligno y pernicioso, que detectado en la ciudad china de Wuhan se expandía principalmente por toda Asia y Europa. El bautizado COVID-19 se estaba convirtiendo en todo un peligro mundial.
Nuestras hijas en videoconferencia, nos alertaban de los peligros del coronavirus por bastantes países, que iban respondiendo con el cierre de los aeropuertos y la imposición de cuarentenas de confinamiento de millones de personas en sus respectivos domicilios. Se iban suspendiendo eventos y actos multitudinarios por miedo al contagio. No había tratamientos médicos eficaces para la infección y la única manera de no infectarse era esa reclusión en las viviendas particulares.
Parecía impensable, nunca el mundo tuvo una zozobra tan generalizada. Consiguieron meternos el miedo en el cuerpo, por lo que a la mañana siguiente  adelantamos nuestro vuelo de regreso a Madrid para aquella misma tarde. Padua y Verona tendrían que esperar a otra ocasión.
La prensa escrita matinal, ya hablaba del peligro que corrían los certámenes de arquitectura y arte de la Bienal de Venecia. También en una pequeña entrada del tabloide, comunicaba que un famoso arquitecto francés había muerto el día anterior en un hotel de Roma, la policía había confirmado, por las pruebas forenses, que no se trataba de un accidente sino que se mantenía ahora la hipótesis  de un asesinato, pues había constancia de que había sido torturado.
En el vuelo de regreso con Alitalia me había dormido, reviviendo todas las emociones de aquel romántico viaje a Roma y Venecia. El rozamiento sobre la pista de Barajas-Adolfo Suárez me devolvió a la realidad y Carla comentó en voz alta “te duermes en cualquier sitio”.
Tres días más tarde, el 9 de marzo, toda Italia estaba en cuarentena y los aeropuertos cerrados. Habíamos tenido suerte de volver a casa sin contratiempos.

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