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jueves, 14 de mayo de 2020

Parlero y palabrero


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Aquella mañana, despertó luminosa y despejada de nubes en el cielo de Roma. Habíamos viajado a la ciudad eterna, celebrando nuestra jubilación laboral a los 65 años. Mi mujer, profesora de francés, en mi mismo instituto de secundaria, y este viejo historiador aficionado a la arqueología y a la historia contemporánea, esa parte de nuestra civilización que casi nunca se consigue explicar en nuestras aulas. A pesar del ejercicio docente programando las diferentes unidades didácticas en el curso escolar, siempre falta tiempo, el currículo o plan de estudios es demasiado extenso, los libros de texto demasiado amplios y el compromiso de explicar la actualidad demasiado complicado, demasiado embrollado.
Exponer de forma aséptica nuestra historia reciente siempre es peliagudo, a pesar de la libertad de cátedra, es un ejercicio permanente de trabajo en la red circense sin malla de seguridad bajo tus pies. El alumnado de bachillerato está batallado en el inconformismo y en la conexión ideológica de sus familias. No tienen determinada esa relación puzle entre sociología, pensamiento, creencias, historia. Es muy difícil no deslizar opiniones personales cuando se intenta pasar de fechas, cronologías y biografías del poder, para explicar hechos históricos, consecuencias en la sociedad y la defensa de la libertad y los derechos humanos.
Me pasé del balcón, el tiempo romano aún era fresco en este final del invierno. Las vistas de la avenida eran majestuosas con un tráfico intenso y demoniaco. Caminé hacia el cuarto de baño para tararear un rato bajo la ducha. Mi mujer daba vueltas bajo el edredón de la cama .Es más perezosa que yo, no sabe como vencer la apatía de poner orden en el nuevo día. Es verdad que ayer acabamos reventados, fuimos andando hasta la Ciudad del Vaticano, accediendo por Vía Conciliazione, asimilando la inmensidad de la Plaza de San Pedro, captando las dimensiones de la gran basílica y extasiándonos en la Capilla Sixtina. Al regreso nos pasamos por el castillo de Sant,Angelo y por alguno de los puentes del río Tíber. Allí se respiraban conspiraciones y secretos de esos que los personajes de la historia se han llevado a sus tumbas.
Siempre manifesté que mis viajes al extranjero deberían estar en ese gran polígono del espacio terrenal, entre los vértices de Jerusalén, El Cairo, Estambul, Atenas y Roma. Lo de Roma ya había llegado, como regalo de nuestras dos hijas, seguramente algunas de esas otras ciudades las visitaremos con ellas. Como hicimos con Berlín, comprobando que el muro había sido derribado, superándose una de las vergüenzas históricas contemporáneas.
Los refugiados actuales en las fronteras de Europa son otra vergüenza histórica.
Efectivamente la Capilla Sixtina es para embelesarse, es algo fascinante. Todo un compendio de la pintura renacentista. Botticelli, Perugino o Signorelli te maravillan. Lo de la bóveda de Miguel Ángel o su “Juicio final” en la pared del altar es, sencillamente, para ensimismarse. Cinco siglos más tarde la historia se ha hecho leyenda.
“Aquí está la Divina Comedia de Dante”, afirmó mi mujer cuando nos introdujimos en esa estancia, donde el cónclave de cardenales consensua la elección de un nuevo Papa. Allí estaba también la Visión de Ezequiel y el Apocalipsis de San Juan. Todo un relato visual de lo que puede ser una pandemia  y catástrofe mundial.
Mientras mi mujer, Carla, se duchaba y arreglaba el pelo, abrí mi cuaderno de anillas de tapas duras y rojas, para comprobar mis anotaciones con los espacios y monumentos que íbamos a visitar en esta tercera jornada de nuestra estancia en Roma. Habíamos quedado con el guía en el kiosko de información turística que estaba a unos pasos del hotel. Hoy nos tocaba la antigua civilización romana, el Coliseo Romano, la colina del Palatino y el Foro Romano. Aún teníamos tiempo de asistir al acto de desayunar en el hotel.
Ya se sabe lo que dice el refrán “desayunar como rey, almorzar como príncipe y cenar como mendigo”, en viajes turísticos el consejo debe respetarse a rajatabla.
Al revisar mi inseparable cuaderno, para orientarme en nuestro recorrido de jornada, no he podido dejar de reparar en una de sus hojas primeras, en las que aún tengo anotado los últimos trabajos que prescribí a mis alumnos en mis últimas semanas de clase. Para un trabajo de investigación en equipo, lo que la moderna pedagogía ha bautizado como  “trabajo cooperativo”, les aporté tres opciones: “Crisis social tras la II Guerra Mundial”, ” Derechos humanos para los refugiados de guerra” y “El insulto político en la historia”. Recuerdo aquellos trabajos, igual archivo algunos de ellos en el ordenador, a nuestra vuelta a casa tengo que revisarlos y repasarlos, siempre tienen visiones frescas de nuestra sociedad.
“Insultar siempre es ofender  a alguien irritándolo con la palabra”, más o menos es lo que indica la RAE. Se puede hacer bajo el telón de fondo de la crispación política española en la actualidad o bajo la pátina de alguna intelectualidad abundante.
Se puede llamar farfante a aquel que se echa flores y aparece siempre como el centro de todas las fantasmadas, en el siglo XVII se hablaba de “burlador, engañador, parlero y palabrero”. En ese mismo tiempo se hablaba de fementido, como el que incumple su palabra. Zascandil calificaba Quevedo a aquel que no cumplía lo que prometía.
¡Cómo abundan en la política los farfantes, fementidos y zascandiles¡

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