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El
debate parlamentario, para aprobar la quinta prórroga del estado de alarma en
el país, empezaba a ser televisado, pero mi interés había decaído. Equipado
deportivamente salí a la calle para recorrer un circuito urbano que,
habitualmente, hacía antes del confinamiento. Eran como diez kilómetros en
contacto con la naturaleza, con el olor de césped cortado recientemente por el
parque que cruzaba, los coloridos rosales preñados en los parterres, el canto
de diferentes aves ya consideradas como urbanitas. La primavera, anualmente nos
renueva las ansias de vivir, de respirar un tiempo nuevo de compromisos, de
superar contratiempos luchando contra el frio, el viento o las borrascas.
Más
tarde, en los informativos de diferentes canales televisivos, pude comprobar
que el debate parlamentario transcurrió bajo los mismos parámetros de prórrogas
precedentes. Quizás un tanto más cainita que en sus ediciones anteriores.
Parece
que la oposición planifica su acción “como una lucha sin cuartel”, una
descalificación absoluta de cada paso, de cada medida, de cualquier idea.
Parece que si los tuyos no están en el poder, la obsesión estará en derribar al
gobierno legítimo de turno. Todo estará permitido, banalidades, memeces,
mentiras, agitación callejera.
El
gobierno fue tildado de incapaz, incompetente, mentiroso, presidido “como pollo
sin cabeza”. Y con amenazas “cada votación será un suplicio y lo que reste de
legislatura será un calvario”.
¿Un
pollo sin cabeza, andando, corriendo, resucitando, sonriendo, conquistando?.
Malos caminos, siempre. ¡Qué erudición parlamentaria¡.
Es la
crispación la única receta de una gobernanza minúscula, irrisoria, disfrutando de ella la politiquería actual.
Recuerdo las palabras del profesor Mayor Zaragoza “hartos de protestas,
queremos propuestas”. Aquí la única propuesta es la destrucción de lo anterior,
la aniquilación de proyectos interesantes para el interés general, la
investigación del contrario para poder laminarlos en la plaza de la opinión
publicada. Siempre el poder tuvo su lado oscuro, pero ahora se trata de poner
el ventilador de las basuras siempre
funcionando.
Disfrutamos
de un tiempo alocado, donde los medios de comunicación y las redes sociales
suceden los acontecimientos con vértigo, con olvido del instante anterior. Se
impone lo acelerado, la actualidad inventada, la perversión de las noticias,
que se ocultan unas con otras.
Lo
verdaderamente importante va por un lado mientras el debate político y
mediático se desvía por una realidad inventada paralela. Los ciudadanos asisten
atónitos a tal espectáculo. Se desinteresan por la política, los debates
parlamentarios les aburren, les traen al pairo o les importan un comino, como
popularmente nos referimos a ello en muchas ocasiones.
La
política ha renunciado a la pedagogía en su toma de decisiones. Les importa el
relato de la publicidad, del eslogan, del argumentario machacón, de la
propaganda, del ocultamiento, de las palabras cargadas de ira y rencor en
bastantes casos.
En esta
sesión parlamentaria, de la que huí a hacer deporte, se escucharon los gritos
de guerra de la ultraderecha parlamentaria ,que acusó al gobierno de “homicidio”
por los muertos de la pandemia, se describió a los miembros del ejecutivo como “matones”,
se deslizó el argumento que el gobierno” dejaba morir a los ancianos porque no
le gustan los viejos”.
No se
puede aceptar que a un gobierno salido de las urnas y de la mayoría parlamentaria
de una investidura, se le empiece
tildando de “ilegítimo” y se le termine calificándolo de “asesino” desde una
tribuna parlamentaria.
Se sabe
que la democracia constitucional permite estas cuestiones de descrédito
intelectual, pero la ciudadanía debe rebelarse, aunque sea en su intimidad,
ante una exaltada agresividad en la vida política del país. Nunca la crispación
ha generado nada bueno en el devenir colectivo de los pueblos. La historia está
llena de casos.
La
crispación política es toda otra pandemia de los peores demonios de la
convivencia de una sociedad, que no busca toparse con problemas sino con campos
de soluciones. Los extremismos en las soflamas parlamentarias inducen y
sostienen brotes de alteraciones del orden público.
Todo
ello sin que se atrevan a plantear una moción de censura, más bien buscan la
reacción de una calle que busca un caudillo cuando cualquier crisis acecha.
¿Jugamos
a las cacerolas golpeadas o a salvar vidas de nuestros compatriotas?. Definitivamente
a la política le falta pedagogía.
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