"Así que queréis cambiar a la gente, pero ¿conocéis a vuestra gente? ¿Y les queréis? Porque si no conocéis a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no habrá confianza, y si no hay confianza, no habrá cambio.¿Y queréis a vuestra gente? Porque si no hay amor en lo que hacéis, no habrá pasión, y si no hay pasión, no estaréis preparados para asumir riesgos, y si no estáis preparados para asumir riesgos, nada cambiará.Así que, si queréis que vuestra gente cambie, pensad: ¿conozco a mi gente?, ¿y quiero a mi gente?…"
En un discurso tan breve se resume el principio de cualquier líder: Conocer y apreciar a su equipo, algo que no todos los jefes saben hacer. Es imposible conocer a los equipos si nos quedamos parapetados en los despachos bajo mil argumentos.
El poder es la excusa perfecta para quedarnos solos. Conocer a la gente es preguntarles por sus cosas, más allá de solo mandar tareas (o marrones). Significa escuchar, tener tiempo para ellos, tiempo que se ha de incluir en la agenda. Porque ya sabemos, lo que no está en la agenda no existe en el día a día de un profesional. Y no hablamos de intenciones, sino de hechos concretos.
Recuerdo una vez en un taller de liderazgo que una persona que trabajaba con un equipo de doce personas confesaba que no sabía casi nada de dos de ellos, ni tan siquiera de sus aficiones o familia. Eran auténticos desconocidos. Pues así es difícil que lograra su confianza o un minúsculo cambio por su parte.
Apreciar al equipo o quererlo, en palabras de Teresa de Calcuta, significa reconocer su trabajo y aún más importante, luchar por ellos. Aquí no vale ponerse medallas que no corresponden, tapar los éxitos de tu gente delante del superior o sucumbir a la primera de cambio a peticiones de otras áreas. Defender al equipo es quererlo. Así de simple.
Podrás enfadarte con algunas cosas, pero un buen líder no puede traicionarles fuera del departamento. Recuerdo a un director de una gran empresa que jamás daba visibilidad a su gente. ¿Motivo? El de siempre: inseguridad encubierta.
Por mi experiencia, ese tipo de personas terminan cayendo en su propia trampa al cabo de un tiempo, como le ocurrió de repente a este director, que fue relegado del comité de dirección y a quien se le asignó a otra persona por encima a la que reportar. Se lamentaba a su equipo diciendo que “el nuevo” no se iba a poner sus medallas. Cuando su gente lo escuchó, comentaron entre ellos: “Eso es lo que él ha estado haciendo durante todo este tiempo”.
Y es curioso, un mal jefe no siempre es consciente de los errores que comete.
(fuente Blogs de el País Semanal)
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