A la luz de la luna y de las
velas, despedimos los Almagreños a las” monjas Dominicas del Colegio”, tal y
como se les conocía y llamaba, cariñosamente, desde que vinieron a nuestra
ciudad hace casi 70 años.
Desbordaron magisterio y
solidaridad en cada esquina de nuestras calles, estuvieron presentes en cada
necesidad de los más desfavorecidos, llevaron su calor y oración a cada vecino
que las llamaba, repartieron su sonrisa por doquier cada día del año. Han sido
todo un ejemplo, en los años difíciles de la posguerra, y en todo este
constitucional tiempo democrático que ahora disfrutamos, con sus enseñanzas y
su Banco de Alimentos.
Desde finales de los años 40
mantuvieron un colegio de enseñanza primaria de entonces, con una admirable
pedagogía de integración para alguna de aquellas alumnas: que venían también de
diferentes pueblos de la provincia para formarse, a pesar de las rentas mínimas
de sus familias. Más tarde, pusieron en marcha la “escuela hogar de niñas” de
la provincia, junto con el Ministerio de Educación, y todo ello como
complemento de la formación que recibían las alumnas en el Colegio Público M.
de Cervantes. Aquella fue una etapa apasionante, que tuve la suerte de
compartir por la gestión oficial.
Su marcha a Jerez y a Dos
Hermanas me ha apenado, por ellas, y por nosotros, ambas partes seguirán unidas
“por el corazón” y por los recuerdos, por la historia, siempre por la historia
en nuestro pueblo.
La marcha de las Monjas Dominicas
es, tal vez, un signo más del declive de Almagro. Estamos irremediablemente en
el final de un ciclo de vida, que debemos saber diagnosticar certeramente; y
admitirlo. Sólo ello hará posible una profunda reflexión para lanzarnos a una nueva meta, a un nuevo ciclo vital, que
necesita nuevas infraestructuras, actividad económica renovada, renacimiento
cultural y perspectivas de autoestima colectiva.
¡Claro que a las Monjas Dominicas
hay que hacerles un homenaje¡, eso no se pregunta, se hace, se planifica y se
hace. Haría bien nuestro Ayuntamiento en reeditar ese protocolo de “hijos/as
adoptivos/as de la ciudad “y en el momento más adecuado, acordarse de estas
Monjas que han dado varias generaciones a Almagro y los Almagreños. Si esa
medida no fuera del agrado de algunos, podría sustituirse por un sencillo
monumento en piedra grabada en los jardines frente al Palacio Valdeparaiso. ¡O
las dos cosas¡.
Ángel López Jiménez
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