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lunes, 4 de noviembre de 2013

Vino y calidad

El desafío de Castilla-La Mancha.-VÍCTOR DE LA SERNA .-en elmundovino

Con un gran despliegue organizativo en el Palacio de Congresos de Toledo, la Cumbre del Vino de Castilla-La Mancha ha reunido toda la pompa y la circunstancia que deseaba la presidenta María Dolores de Cospedal. Pero en las sesiones de trabajo no abundaron los análisis precisos y severos de la situación del vino en la región que se podrían esperar para, a partir de ellos, bosquejar una estrategia de futuro. Uno tras otro, los ponentes extranjeros se refirieron a los vinos españoles en general, no a los castellano-manchegos. Y tuvieron que ser los españoles los que pusieran el dedo en la llaga.

Viticultor y bodeguero en Toledo, Carlos Falcó, marqués de Griñón, preside la asociación Grandes Pagos de España y su voz tiene peso dentro y fuera del país. Y lo que dijo no gustó a bastantes de sus oyentes, a los que suelen arrullar con proclamas de lo bien que se hace todo en Castilla-La Mancha, aunque algún tipo de mala suerte impida rentabilizarlo en el mercado.

Para el marqués de Griñón no es ésa la realidad: "Tenemos que dar la batalla del valor añadido y eliminar la venta de graneles, que es una práctica muy poco rentable para un país que se quiere del primer mundo". Sin vinos de prestigio en el mundo, la región se quedará en suministradora de graneles baratos, y ninguna región granelista logra credibilidad en los mercados de vinos de calidad: lo mismo le sucede a Languedoc-Rosellón, la versión francesa de Castilla-La Mancha, y en ambas los pocos productores de calidad se topan con ese bajo prestigio de su región en los mercados.

También el presidente de Freixenet, José Luis Bonet, insistía en las tesis de Falcó al asegurar que "España debe tener en diez años todo el vino con marca", remachando: "Debemos esforzarnos en dignificar nuestro producto".

No es que Castilla-La Mancha esté muy claramente en ese camino, sino más bien al contrario. Su estructura productiva, su cultura vitivinícola y la combinación de subvenciones al arranque y subvenciones a la plantación con riego ("reestructuración" es el eufemismo empleado) conducen a una acentuación de la producción masiva de graneles, bag-in-box y embotellados de precio mínimo, con muy bajo valor añadido comercial, y nulo en términos de prestigio. Apenas un 7% del vino de Castilla-La Mancha está amparado por una denominación de origen.
Castilla-La Mancha es la primera región granelista del mundo, ya que predominan las exportaciones de vino a granel sin DOP, IGP ni variedad, que rondan el 75% del vino tranquilo vendido al exterior, frente a menos de un 30% para el resto de España.

La escasez de uva en 2011-12 en Italia y Francia, los principales países competidores en graneles, impulsó la demanda de vino español, y eso hizo saltar el precio de un litro de tinto manchego a granel de los 0,30 euros de 2010 a 0,65 euros. No es mucho en términos absolutos (equivale a 49 céntimos por tres cuartos de litro, tamaño de una botella normal), pero sí relativos. La avaricia rompe el saco, sin embargo: las subidas brutales de precio hicieron caer en picado las exportaciones, aprovechándose de ello países como Chile o Sudáfrica. Y en 2013 nos encontramos con un cosechón récord -en cantidad, no en calidad: mucha podredumbre en la vendimia tras un año climatológicamente difícil- que amenaza con colapsar de nuevo los precios.

Es llamativo que se batan récords de producción en una región donde se ha producido el arranque más masivo del mundo: entre 2005 y 2012 la superficie de viñedo se ha reducido en 100.000 hectáreas, hasta las 465.000 de 2012, y en buena medida por el programa 2008-2011 subvencionado por la Unión Europea, pero no sólo por él. Más de 200.000 de las hectáreas que quedan tienen ya riego por goteo, asegurando muchas veces unos rendimientos altísimos. Los rendimientos altos no suelen favorecer la calidad.


La Historia y el presente

El desarrollo histórico de la viña y el vino en la región condiciona la situación actual, aunque acontecimientos más recientes –macrobodegas, cooperativas, destilación, reestructuración...- pesan otro tanto.

Zona de reconquista cristiana, La Mancha se cubrió de viñas porque su clima continental muy seco y sus suelos pobres de dominante caliza a menudo no permitían otros cultivos. Ciudades como Madrid o Toledo consumían sus graneles –transportados en pellejos a lomo de mula- y las familias campesinas elaboraban vinos y mistelas caseros para consumo propio. No había tradición de vinos de calidad porque la uva ampliamente predominante por adaptarse al clima, la airén, nunca tuvo reputación como uva fina. (Hoy en día elaboradores como Gonzalo Rodríguez en Ercavio, Samuel Cano en Patio o, en Madrid, Fabio Bartolomei en Vinos Ambiz han demostrado sus posibilidades dentro de diferentes estilos, pero muy pocos les siguen).

No ha habido, pues, ni cultura bodeguera ni tradición de elaboración y embotellado de vinos de calidad en Castilla-La Mancha. Había tan sólo, y es muy importante, viticultores; muchos de ellos, muy buenos. Pero la elaboración, a partir de 1920 y sobre todo de los años 50-60 del siglo pasado, fue cosa de las cooperativas y, principalmente en Ciudad Real, de algunas macrobodegas privadas no muy antiguas: Félix Solís se remonta a 1952.


Las cooperativas, regidas en general de forma asamblearia, fueron promovidas primero por la Iglesia y luego por el régimen franquista con objetivos esencialmente sociales, no comerciales: asegurar ciertos ingresos y una mejora del nivel de vida para unos campesinos que vivían en condiciones muy duras. Para éstos, aportar la mayor cantidad posible de uva a la cooperativa se convirtió en el gran aliciente.

La mejor salida para los graneles de airén fue su destilación, en buena parte como holandas que, en Jerez, se convertían en brandy. Pero ése es un sector en declive desde hace años. Los vinos que acababan siendo consumidos como tales no lograron nunca una buena reputación de calidad, como era de esperar con una estructura industrial volcada al volumen. Así se llegó a la paradoja de que la primera región española en producción de vino sea también la última en consumo 'per cápita'.

Llamó la atención en la Cumbre de Toledo que ese gigantismo de las macrobodegas y las macroproducciones fuese alabado por la presidenta regional y por el ministro de Agricultura: continúa el efecto placebo resumido en el lema de 'el gran viñedo del mundo', como si las dimensiones del viñedo –además, en rápido proceso de encogimiento- equivaliesen a prestigio, a valor añadido y a ventas acordes con esa gran superficie.

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El prestigio internacional y las consiguientes ventas de vino de elevado valor añadido tienen su reflejo en la publicación de Parker, no en un pico circunstancial de las ventas de graneles. Y esos éxitos siempre están movidos por el mismo factor: un núcleo importante de bodegas de gran reputación internacional en la región que los consigue. La personalidad propia, no la imitación de estilos internacionales que acaban siendo genéricos y de menor impacto, es una de las condiciones del soñado prestigio. ¿Cuántos productores de ese nivel tiene Castilla-La Mancha, cuántos de ellos son reconocidos mundialmente, qué se hace para incrementar su número y para que sean mejor conocidos? ¿Qué para utilizar el efecto-locomotora de los mismos para el conjunto de la región? ¿O es preferible proclamar, como se ha hecho en Toledo, que más concentración y más gigantismo son las soluciones





 

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