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domingo, 21 de julio de 2013

Navegando por la Red (17)


Impasible el ademán, por Lorenzo Silva, El Mundo 21 de julio

Se han filtrado unos papeles, cuyo contenido es ominoso. De momento sólo son fotocopias, pero algunos de los apuntes que en ellas constan han sido reconocidos por sus perceptores como indicativos de cobros efectivamente realizados, en las fechas que allí se consignan. Esas confirmaciones podrían sugerir que otros apuntes, impresentables, son también ciertos.
No pasa nada. Nunca pasa nada. De momento esos papeles no tienen autor, aquel a quien se atribuyen no los reconoce, no son más que fotocopias, bien podrían ser una fabricación a posteriori. Lo impresentable no lo es tanto si puede diluirse con todas estas objeciones su supuesta veracidad. Basta con hacer una comparecencia a puerta cerrada, sin preguntas y retransmitida en una pantalla de plasma a los periodistas acreditados. En dicha comparecencia se niega todo, "salvo alguna cosa" que se corresponde con lo que los interesados ya han admitido, y aquí paz y después gloria. Es verdad que eso de responder en formato bidimensional y a la cuestión que uno mismo se formula, en vez de exponerse a las de otros, queda un poco chusco. Es verdad que los periodistas así ninguneados, burlados y reducidos a la condición de telespectadores montan en cólera, y que la dichosa pantalla de plasma se convierte en el chiste estrella de todos los humoristas durante las semanas y los meses siguientes.

Pero no pasa nada. Nunca pasa nada. No hay más que resistir el chaparrón y seguir adelante como si tal cosa. Siempre se acaban cansando. 'El tiempo y yo contra dos', que decía Felipe II. Y si además del tiempo uno cuenta en su favor con una mayoría absoluta, poco pueden unas quejas y un puñado de gags.
Pasan los meses. Alguien entra en la cárcel y a partir de ahí empiezan a torcerse las cosas. Aparecen los papeles auténticos y quien hasta entonces negaba su autoría la asume. Se filtran mensajes de texto que le vinculan con el que en su día, desde la pantalla de plasma, rechazó tener nada que ver con el asunto. La jauría vuelve al ataque con bríos renovados, declara inservibles las explicaciones previas y exige otras acordes con los nuevos hechos. Sobre todo, con el más aparatoso: el hombre que hasta ahora callaba, y con el que no habían llegado a volarse del todo los puentes, se ha puesto a vomitar datos y acusaciones, lo que en veinticuatro horas le ha privado de los abogados que le defendían a expensas de aquellos a quienes ahora señala con el dedo. Ya no hay miramientos entre uno y otros: él los acusa de tramposos, ellos lo llaman delincuente y presidiario.

El viraje, desde luego, resulta llamativo; a cualquiera podría pesarle, además, el hecho de que el soplón sea alguien que durante tres décadas movió los entresijos del tinglado contra el que dirige ahora su denuncia. Pero no hay que ponerse nervioso. El truco es permanecer impasible y no retratarse más de la cuenta. Basta con aprovechar la primera ocasión en que no haya más remedio que decir algo, por ejemplo la visita de un homólogo polaco, para leer una declaración elaborada al efecto donde se eluden los pormenores y se carga el énfasis en un abstracto y nada comprometedor rechazo del chantaje como estrategia.
Otra vez se suben los perros de presa por las paredes. Ladran, ridiculizan, anuncian mociones de censura. No pasa nada. Nunca pasa nada. Las vacaciones están ahí encima, los chistes se gastan. Y ninguna moción prospera desde la minoría.
Sin embargo, esta vez el cálculo falla. Los espectadores cuyo criterio determina la función, los todopoderosos mercados, representados por sus apóstoles en la Tierra, los bancos de inversión, arrugan el entrecejo. Habrá que salir y explicar algo.
Y es que nunca pasa nada. Hasta que pasa.

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