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martes, 20 de octubre de 2015
CON MANUEL JULIÁ
GAFAS DE NO VER
Seguro que donde sea regalan unas gafas que tienen la facultad de esconder la realidad de la vida. Cuando se pone uno esas gafas va por la calle y no puede ver el aumento de pobres en las plazas, o en los barrios tampoco a aquellos vecinos que subsisten con la ayuda de la familia, la parroquia, el ayuntamiento o los amigos, y mira que hay gente así. Es como si no existiera esa realidad. Y cuando se está frente a gente tirada en los cajeros arropada con mugrientas mantas, o a familias con la tristeza de la carencia en los ojos, porque no pueden dar a sus hijos todo lo bueno que desearían, se pone uno esas gafas y ya no los ve, puf no existen, se han diluido. Y tampoco ve tantos jóvenes subsistiendo con migajas de aquí o de allá, todo eso desaparece si uno se pone las gafas de no ver la realidad que algunos llevan puestas. Con ellas ven un mundo imaginado lleno de rostros bonachones, sonrisas inocentes y familias abrazándose en los parques. Por tanto el que se ponga esas gafas verá como absurdas todas las llamadas a la regeneración democrática y social que hay ahora en el país.
Con esas gafas puedes ver todo como te dé la gana. Incluso serás capaz de ver que las masas de exiliados que zarpan a Europa están llenas de malvados delincuentes. Son gente que vienen a destrozar nuestra opulenta sociedad feliz. No debemos engañarnos con este humanismo blandengue del que se aprovechará la calaña de afuera. Todo es mentira. No hay tanto niño tirado, tanta gente que huye de la guerra, tanto sumergido sin futuro. Solo es cuestión de ponerse esas gafas que nos recomienda monseñor Cañizares, un hombre de Cristo, además arzobispo, es decir una voz autorizada.
En estos momentos creo que el mundo vive dos crisis. Una persistente y otra cíclica. La permanente es histórica. Dice que el ser humano no ha sido capaz de erradicar la peste del hambre. Y la cíclica es la que cada cierto tiempo genera el capitalismo. Lo hace para obtener los beneficios de sus activos y, luego devaluados, volverlos a comprar. Es como un juego. Y el resultado de ese juego es hambre, pobreza, soledad, abandono, miedo, la sombría angustia del dolor en tantas situaciones que abruman el mundo.
Y por mucho que nos pongamos las gafas de Cañizares esa realidad no desaparecerá. No podremos dejar de verla aunque no tengamos en nuestras manos la solución, aunque sí apoyar a quien la busca con sinceridad. Como hace Cáritas, que además nos informa del aumento de la pobreza, incluso que ya hay pobres con trabajo y salario, bajísimo claro. O sea que entre creer a Cáritas o a monseñor Cañizares no tengo ninguna duda. Lo que no entiendo es este tipo de discurso tan insensible y marmóreo en un hombre que se dice de Cristo.
Manuel Juliá ,. dclm de hoy
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