Con su sonrisa más seductora y el aplomo de quien se siente llamado para altas metas, ha entrado Pedro Sánchez en el Congreso. Como si ya fuese presidente in pectore. Incluso ha pronunciado la frase que el nuevo dedica condescendiente siempre al presidente saliente: "Hablaré con el PP porque representan a siete millones de votos". Lo que viene siendo convertirse en presidente de todos los españoles. Con desenvoltura y firmeza, a pesar de que estaba rodeado de sus asesores de prensa, Sánchez ha llevado personalmente las riendas de la rueda de prensa, dando la palabra a los periodistas con nombre y apellido, desde el atril, que queda mucho más Obama que sentarse tras una mesa.
Ha querido empezar con buen pie el plazo de dos a tres semanas que ha pedido al rey para negociar con el resto de partidos. Por eso no ha cargado contra Pablo Iglesias y su oferta para salvarle de los barones. Unos barones a los que ha mandado hoy un mensaje rotundo sobre quién manda en Ferraz y en el partido, aprovechando para advertirles que su guardia pretoriana serán las bases y no ellos.
Sánchez ha roto la cansina sensación de haber entrado en bucle. En el pequeño microcosmos parlamentario se expandía por cada esquina el hastío ante la parálisis institucional que hasta el propio Patxi López transmitía unos minutos antes. El chute de adrenalina con el que líder socialista ha salido de la Zarzuela ha desactivado la cita de Rajoy con el monarca esta tarde. Falta por saber si Sánchez volverá esta noche a la Zarzuela o, por deferencia hacia el presidente en funciones, lo hará mañana. Y lo más importante, ¿era real el traje presidencial o iba desnudo como el emperador?
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