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martes, 17 de enero de 2017

Con Soledad Gallego

Entre un 30% y un 40% de los votantes del PSOE se pronuncia en las encuestas a favor de mantenerse en la abstención. Seguramente existe un fondo de ira por la manera en la que se desarrolló el Comité Federal del mes de octubre, pero también es probable que exista tanta incomprensión y desconcierto como enfado: no es fácil entender lo que está haciendo desde entonces la Comisión Gestora.
Según sus portavoces, su prioridad es ganar tiempo para pacificar el partido, de manera que se llegue al postergado congreso en mejores condiciones para lograr acuerdos. A la vista de las encuestas, es posible que se esté avanzando en la pacificación de la nomenclatura del partido, pero no en la del electorado socialista, que sigue igual de descompuesto, sin un liderazgo al que referirse.
Creer que el formidable desencanto de los votantes socialistas puede resolverse con un programa, en lugar de con un liderazgo no es realista. Sus votantes no necesitan en este momento una comisión de expertos nombrados por una Gestora que elabore un texto de 200 páginas con las detalladas medidas de gobierno (de hecho ya existe el documento de la Conferencia Política), sino un equipo de gente joven y decidida que quiera llegar al gobierno en la primera ocasión posible y cuyo firme propósito sea echar al PP del poder. Es verdad que la socialdemocracia europea no sabe muy bien qué hacer, pero en España el problema es que tampoco sabe con quién.
Es ese equipo, con su líder legítimo al frente (quizás nacido de una tercera vía) el que tiene que llegar al Congreso con sus propias ideas, su propio programa y su propia fuerza. Y cuanto más tarde en presentarse ese equipo, peor para el PSOE y para todo el electorado de izquierda. Porque no es posible pensar en un cambio de políticas en España, sin que el Partido Socialista sea capaz de revitalizar a su electorado y de encabezar un nuevo proyecto sin el PP, olvidándose de un bipartidismo que está ya desaparecido en toda Europa, por mucho que siga provocando éxtasis en las nomenclaturas tradicionales.
El PSOE debería acelerar su renovación y esperar a pie firme el resultado de la lucha interna en Podemos. Iglesias y Errejón ya saben que perdieron una ocasión formidable por culpa de su ensoñación con el famoso sorpasso y que ese error de estrategia, tan brutal, les está pasando también una enorme factura de desencanto entre votantes y simpatizantes.
Lo que seguramente no ayudará a revitalizar al electorado socialista es la situación actual. El PP no está poniendo en marcha su programa, porque no tiene un acuerdo de gobernabilidad, (solo de investidura), pero el PSOE tampoco está ejerciendo la oposición porque participa de acuerdos parciales. Su complicada propuesta a los electores es su utilidad. Transformar España desde fuera del gobierno y apoyando al contrario: alégrense de lo bien que gobierna el PP gracias a nuestro esfuerzo, suena poco atrayente.
No es extraño que Mariano Rajoy se muestre bastante satisfecho y que José María Aznar esté inquieto. Para Rajoy la solución es perfecta: el centro derecha se hace pragmático y compasivo, con ayuda del PSOE, y, seguramente, mayoritario, mientras él se garantiza cuatro años de Gobierno (nada de una legislatura corta), sin grandes agonías. Un extraño gobierno de concentración nacional, con un único punto verdadero, la nación. Para Aznar, por el contrario, el PP pierde carácter ideológico y deja de cavar en su mina conservadora. ¿Y el PSOE? El PSOE pierde el tiempo mientras debate entre quienes darían el reino y el caballo a cambio del bipartidismo y quienes saben que ese modelo está muerto y quieren pelear por el liderazgo de la izquierda, el reino y el caballo.

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