"La voz de Pablo Iglesias tenía para mí el timbre inconfundible de la verdad humana. Era yo un niño de trece años; Pablo Iglesias un hombre en la plenitud de su vida. Recuerdo haberle oído hablar entonces - hacia 1889 - en Madrid, probablemente un domingo (¿un primero de mayo?), acaso en los jardines del Buen Retiro.
No respondo de la exactitud de estos datos, tal vez mal retenidos en la memoria. De lo único que puedo responder es de la emoción que en mi alma iban despertando... las palabras encendidas de Pablo Iglesias.
Al escucharle hacía yo la única honda reflexión que sobre la oratoria puede hacer un niño: "Parece que es verdad lo que ese hombre dice"... Porque antes de Pablo Iglesias habían hablado otros oradores, tal vez más cultos, tal vez más enterados o de elocuencia más hábil, de los cuales sólo recuerdo que no hicieron en mí la menor impresión... Lo cierto es que las palabras de Iglesias tenían para mí una autoridad que el orador había conquistado con el fuego que en ellas ponía y que implicaban una revelación muy profunda para el alma de un niño.
De todo el discurso, en el que sonaba muchas veces el nombre de Marx y el de algunos otros pensadores no menos ilustres... sacaba yo esta ingenua conclusión infantil: "El mundo en que vivo está mucho peor de lo que yo creía. Mi pobre existencia de señorito pobre reposa, al fin, sobre una injusticia"... Mucho he pensado durante mi vida sobre esta primera meditación infantil, que debía a las palabras del compañero Iglesias”. Antonio Machado
Del Facebook de Pedro Sánchez
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