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lunes, 10 de noviembre de 2014

Patatas a lo pobre o la dignidad que jamás entenderán quienes nos gobiernan

Blog.- El cocinero indignado
           Jaime López Fernández
A las 9 de la mañana ya está ahí. Llega con paso lento, pero resuelto. A su edad, la velocidad y la rapidez son conceptos que se viven de forma diferente. Deja un vaso sobre el quicio de la cristalera de la fachada de un banco, se quita con mucha calma la chaqueta, la dobla cuidadosamente y la coloca junto al cristal con un cuidado exquisito. Es una chaqueta desgastada que siempre lleva encima, haga frío o calor. Es fascinante la pulcritud con que la trata, la elegancia de sus movimientos, siempre iguales, siempre precisos. Acto seguido se sienta, coloca el vaso entre los pies, esboza una sonrisa, da los "buenos días" a todo el que pasa y ahí continúa hasta que acaba la jornada. Ninguna impostura que mueva a la compasión o la pena; sencillamente él y las circunstancias injustas que le han debido arrastrar a esa situación.
 
Hay mucha más dignidad en su persona, en cualquiera de sus gestos y en su actitud que en la suma de todos los escaños del congreso, porque si es injusto tomar la parte por el todo, resulta muy difícil evitar pensarlo, casi imposible. Ya no son los nombres, es lo que representan. Ya no es lo que dicen, sino lo que callan y esconden.
Encender el televisor o asomarte a un diario es una lotería con premio asegurado. Pasas de un "hoy voy a tener suerte y no leeré nada rancio y casposo" a verte salpicado por el chapapote de la corrupción en un visto y no visto. Una vez más, una de tantas. Tantas, que al final ya da igual, porque el resumen se limita a diferentes caras para la misma representación: el espectáculo indigno y bochornoso de la corrupción política y empresarial. Unos, pidiendo con un vaso de cartón en la puerta de una sucursal, y otros, dentro de la misma o de un despacho o desde un escaño, llevándose a manos llenas y con descaro lo que le pertenece. Y ambos, producto de la misma crisis, de la misma estafa, aunque el primero, en el papel de víctima y el segundo, en el de verdugo. Como en las películas, siempre es el mismo el que muere, y el chico el que se lleva al final la chica, aunque sea un capullo.
Así pues, nada ha cambiado: el ciudadano sigue siendo la víctima, soportando sobre sus espaldas los desmanes de esta gentuza a costa de su presente y de su futuro. Y el chico, la gentuza de trajes caros, de palcos caros, de vuelos caros, de vinos caros, de mariscadas caras, de amantes caras, de putas caras. Gentuza de sonrisa permanente y falsa, gentuza sin empatía, gentuza con discurso ágil y vacío, gentuza mentirosa y sibilina capaz de hacerte sentir culpable.
Son ellos, sí, los de enfrente, porque se sitúan ahí, enfrentados al ciudadano, afrentando al ciudadano, insultando al ciudadano con sus miserias. Esa gente indigna y vergonzosa que jamás tendrán ni alcanzarán a comprender la dignidad que muestra el hombre que pide con el vaso a sus pies. Ha sido tan excesiva la corrupción, que hasta ellos se sorprenden del punto al que han llegado y se deshacen en disculpas y en pedir perdón, en una carrera para ver quién llega primero porque les va en ello la permanencia en el poder. Pero todo son excusas: si no hubiera noticia, seguirían instalados en el cinismo y revelarían la misma hipocresía que han mostrado hasta ahora. Sencillamente, se han visto expuestos públicamente y se han aireado los negocios de la Cosa Nostra.
Y ahora a pedir perdón: los delincuentes, judicialmente constatados, fingiendo un falso arrepentimiento, porque de no haber sido pillados seguirían en sus timbas y sus clubs de alterne cerrando negocios a expensas de la res publica; y los que muestran estupefacción y desconocimiento, pero callaban, disculpándose con la boca pequeña, como el padre que maleduca a sus hijos y que al mismo tiempo que se avergüenza, los protege. Porque no nos engañemos, cuando ya no los apoya, no es más que por dos motivos: porque han agotado todos los recursos legales que el dinero puede comprar y por protegerse a sí mismos o al futuro de su organización política o empresarial. Y aún se sorprenden de la desafección generalizada del ciudadano o el ascenso como la espuma de nuevas formaciones políticas, cuando no hace falta mover ni un dedo, tan sólo dejarles hacer.
No, pedir perdón ya no es suficiente, hay que depurar responsabilidades e irse; y si no es voluntariamente, exigir responsabilidades y expulsarles no votándoles. Porque a estas alturas, después de llegar tan lejos, ni las disculpas más sinceras dignifican ya ni a quien las da.
Por cierto, el hombre que con tanta dignidad cuida su vieja chaqueta mientras espera que alguien le ayude con unas monedas, se llama Buenaventura (qué ironía). Es viudo, sin hijos, y tiene 64 años, con apariencia de unos cuantos más. Fue despedido hace tiempo de la empresa donde llevaba trabajando media vida y la mala suerte y esta crisis le han llevado donde está. No fuma (ni cigarrillos ni puros buenos) y no bebe (aunque advierte que le gusta el vino tinto). Confiesa no participar en timbas de póker, ni asistir a cacerías o a mariscadas por la patilla. Reconoce, por otra parte, que no tiene amantes y que no frecuenta clubs de alterne, tan sólo tiene la costumbre de comer para sobrevivir... Para todo lo demás, MasterBlack.
Y como en lo más sencillo y humilde siempre se muestra la dignidad en todo su esplendor, unas Patatas a lo Pobre son nuestro plato de hoy. La trufa de los tubérculos mostrándose sin pretextos y con franqueza, en este caso acompañada de tres auténticas estrellas Michelin: ajo, pimiento y huevo. 4 ingredientes que no necesitan presentación y cuya combinación dignifica hasta tal punto un plato modesto, que quedarás rendido a sus pies. Jamás receta tan módica alcanzó cotas tan altas de sabor.
Que las disfrutes.
NECESITARÁS (para 4 personas)
  • 500gr de patatas.
  • 1 lata de pimientos del piquillo o 1 pimiento rojo asado.
  • 6 dientes de ajo.
  • Sal.
  • Aceite de oliva virgen extra para freír.
  • 1 cucharada de azúcar.
  • 1 cucharada de vinagre de manzana.
  • 2 huevos duros.
ELABORACIÓN
  1. Pelar, lavar y cortar en juliana las patatas. En una sartén con abundante aceite las sofreímos a fuego lento, removiendo de tanto en tanto, evitando romperlas, durante 10 aproximadamente.
  2. Pelar y cortar los ajos en láminas finas. Incorporarlos a las patatas junto a la cucharada de vinagre y rectificar de sal. Pochar todo junto durante 5- 6 minutos aproximadamente o hasta que veas que las patatas están doradas y jugosas. Reservar.
  3. Mientras tanto, cuece los dos huevos en un cazo con agua hirviendo. Deja enfriar, pela y reserva.
      4.-Corta los pimientos asados en tiras y en una sartén con una cucharada de aceite sofríelos durante 2 minutos. Incorpora la cucharada de azúcar y unas gotas de vinagre de manzana para evitar que se peguen y remover. Cuando se pierda el líquido de la cocción y queden secos y brillantes, ya están.
      5.-Emplatado: Utilizando un molde de cocina cuadrado o redondo, colocar una capa de patatas, otra finita de pimientos y otra de patata. Rallar por encima medio huevo duro, aderezar con un chorrito de aceite de oliva virgen extra y unas cuantas escamas de sal, desmoldar y presentar.
¡Umm, difícil encontrar un plato más sencillo, económico y con un resultado tan espectacular¡


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