Estos días vemos en las televisiones unos anuncios institucionales con el lema “Hambre de cultura”.
Más de tres millones y medio de euros destinados a un spot para cine y televisión, cuñas de radio y materiales gráficos con el objetivo de “impulsar el consumo de experiencias culturales”.
El lema ‘Hambre de cultura’ refleja las ganas de los españoles de vivir experiencias culturales, de reencontrarse con amigos y con espacios, de volver a emocionarse. Y a la vez, toda una industria cultural está a disposición para saciar ese hambre de cultura: museos, bibliotecas y librerías, salas de cine y de conciertos, teatros, óperas, zarzuelas, galerías, festivales…
El Ministerio de Cultura parece imbuido de una concepción exclusivamente lúdica y comercial de lo que son la cultura y el consumo cultural. Parece pensar, por otro lado, que las realidades se adaptan a las palabras, razón por la que practican un triunfalismo a ultranza con el que, por arte de magia, pretenden conjurar, se diría, las deficiencias que padece el país no solo en materia de educación, en equipamientos culturales y en todo lo relativo a la justa remuneración de creadores y agentes de la cultura, sino también en lo que respecta al empleo de la cultura como herramienta crítica y de emancipación personal, a su cultivo como recurso imprescindible para formar una ciudadanía libre, juiciosa y responsable.
La cultura democrática no sirve sólo para emocionarse, sino para ejercer de ciudadanos críticos, ambicionar convivencia y aspirar a una actividad cultural de calidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario