En los últimos días, la idea de una interrupción generalizada de los servicios de electricidad, el gran apagón, se ha convertido en motivo de histeria en España.
Aunque la apocalíptica idea de un país a oscuras ha sido descartada por múltiples expertos, el temor se ha propagado como un fenómeno viral por las redes tras ser amplificado y distorsionado por medios de comunicación y partidos políticos.
Nuestra civilización parece colapsada. De estar colmados de bienestar pasamos a la histeria de que nos falte algo esencial, como es la electricidad. Estamos acaparando velas, linternas, estufas de butano y camping gas para cocinar.
Con un poco de imaginación recuperaremos el brasero con su carbonilla o su picón. En nuestras casas de pueblo aún conservamos cocinas de leña y carbón, aquellas en las que se oreaban y ahumaban las morcillas y chorizos de la matanza invernal del gorrino anual.
El miedo es libre pero la imaginación también. En los pueblos de la España vaciada tenemos vivencias que achican los miedos de negacionistas y chiflados.
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