Quizás hay ciudadanos de 20 años que no saben que la Ley de Amnistía de 1977, que ahora va a ser objeto de reforma, no fue una exigencia de los militares, ni de Fraga, ni de los franquistas, ni fue pensada para dejar a los criminales de guerra sin castigo. No, bien al contrario, los militares estuvieron furiosos (de hecho, intentaron años después un golpe de estado), Manuel Fraga se abstuvo y fue la izquierda la que defendió la ley en el Congreso con uñas y dientes. Quizás porque era una reivindicación que habían gritado una y otra vez en la calle miles de hombres y mujeres que eran demócratas y de izquierda. “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía” fue gritado por las gargantas de los abuelos de esos chicos y chicas de 20 años.
Por algún extraño motivo, esos jóvenes creen que hay que darle voz a sus abuelos, como si hubieran estado mudos y acojonados, cuando la verdad es que se dieron la voz ellos solitos, sin esperar a sus nietos, y que supieron luchar contra el franquismo sin esperar a las generaciones venideras. Supieron gritar perfectamente lo que querían y votar lo que les dio la gana en las primeras elecciones democráticas y en las siguientes y en las otras. Quizás esos ciudadanos de 20 años no saben mucho de esto y creen que la ley de amnistía fue una imposición de la extrema derecha. No saben que fue Marcelino Camacho, fundador de Comisiones y prisionero 9 años en la cárcel, quien explicó el voto a favor de la Minoría Comunista. Seguro que hay cosas que se pueden hacer mejor, pero la verdad es que entonces se hizo lo que se quería hacer: una amnistía que tenía, sobre todo, un sentido político. Porque aquellos representantes de la izquierda (80 de los cuales habían estado en la cárcel de Franco) sabían perfectamente lo que votaban.
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