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En esta ocasión le citaron a
él sólo. No era un encuentro de relax, ni turístico, aunque al señor Garnier le
gustaría visitar las cataratas de Agura y el oceanario. Aquella ciudad rusa de Sochi se estaba convirtiendo en
una metrópolis privilegiada en el Mar Negro, que debía estar preparada para
dentro de cuatro años albergar los juegos olímpicos de invierno y el circuito
de fórmula 1.
Pascal pudo comprobar el auge
constructivo en aquella localidad, las hormigoneras atascaban las calles, las
carreteras. Los nuevos hoteles estaban surgiendo por doquier. Un nuevo trazado
de tren se estaba construyendo desde el centro de Solchi a las estaciones de
esquí de Krásnaya Poliana para celebrar los juegos de 2014.
Los rusos, pensó Pascal,
tendrían un resort de esquí a dos horas de avión de la capital rusa. Podrían
compatibilizar la playa, las aguas termales, la nieve, siendo unos auténticos
afortunados. Había leído en algún sitio que gobernantes rusos, como los zares,
tuvieron a Sochi como ciudad de descanso, el mismo Putin ahora o, incluso, el histórico Stalin que hasta tuvo una dacha.
En esta ocasión, la
entrevista no fue con un representante de aquella organización, confiesa
Pascal, ya que le saludaron en el hotel, durante la cena, dos personajes
rodeados de guardaespaldas que, con el tiempo, supo que eran dos de los tres
integrantes de aquel triunvirato de dirección. Uno de ellos era propietario y constructor de buena parte
de las instalaciones del nuevo Sochi, además de magnate principal de
concesiones petrolíferas abundantes en aquella zona. El otro comensal, supo que
era uno de los principales traficantes de armas en todo aquel territorio,
geopolíticamente inestable, si además se le sumaban sus amplios intereses en todo
el Oriente Medio. El ausente, era propietario de bastantes empresas
farmacéuticas en medio mundo y tenía buena parte del accionariado de algunas
multinacionales tecnológicas.
Nunca supo sus nombres
verdaderos, la ocultación de sus identidades era un signo más de poder, de
enigma, de escudo y protección ante traiciones.
En la cena se acordó salir
temprano a la mañana siguiente hacia las montañas. Lo harían en helicóptero
privado, disfrutando de aquel paisaje nevado, de aquellos glaciares, de aquella
luminosidad que la nieve expandía hasta la retina. La vista era impresionante
al igual que el silencio entre los pasajeros de aquel viaje de trabajo.
Nada más aterrizar en un
nevero surgieron de la nada dos coches, calzaban en todas sus ruedas unos
artilugios tipo orugas que les hacía deslizarse con seguridad y destreza por la
nieve y el hielo. En aquel final de octubre la nieve ya era abundante,
seguramente en pleno y crudo invierno todo estaría sepultado por cinco o seis
metros de hielo.
Llegaron al interior de una
enorme cueva natural. Les atendió Bronislav, el encargado de aquel proyecto,
tenía aspecto rudo y parecía disponer de la confianza de los máximos
representantes de aquella secta mafiosa. Había bastantes barracones prefabricados
que servían de refugio a los habitantes que allí convivían. Disponían de
electricidad proveniente de unos potentes generadores que estaban situados en
el exterior, protegidos de la nieve.
Aquellas estancias se las
veía preparadas para los miembros de seguridad que, en número amplio, ya
habitaban aquella larga y profunda caverna. La recorrieron en buena parte de su
longitud, dando aspecto en alguno de sus rincones y ramificaciones, de instalaciones
de una vieja mina abandonada.
Tras la investigación ocular
del lugar, entraron en algunos de los barracones acondicionados y amueblados,
concretándose detalles de lo que se le encargaba a Pascal. En el subsuelo de aquellos
pasadizos se construiría toda una ciudad secreta, subdividida en varias partes,
un cuartel funcional para el personal de seguridad, un santuario del arte para
las numerosas obras artísticas de la organización, instalaciones habitacionales
para un número máximo de trescientas personas, unos laboratorios para la guerra
química y bacteriológica, un almacenaje estratégico de petróleo ya refinado,
una plataforma para la ciberseguridad, además de una cámara acorazada para
reservas de oro y una cápsula para reuniones restringidas de la secta y el
seguimiento de situaciones de crisis.
En el exterior de aquella
microzona, aquel proyecto sería una instalación militar secreta, una especie de
silo para misiles balísticos de largo alcance, en una posible tercera guerra
mundial entre las potencias internacionales que disponían de energía nuclear.
El señor Garnier quedó mudo
y pensativo un buen rato, estaba comprendiendo y digiriendo el alcance de aquel
encargo de unos auténtico mafiosos. Aquello no era el capricho de unos
ricachones sino de unos alucinados maléficos que no tramaban nada bueno. Bajo
esa íntima reflexión aceptó el trabajo. Se acordaba de Alexandra en esos
momentos, que estaba a miles de kilómetros, no le podría contar nunca el
alcance del proyecto en el que se estaba embarcando.
Esa noche se perdió en el
casino, invirtiendo las fichas que le regalaron. No tuvo suerte.
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