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viernes, 12 de junio de 2020

Una ciudad secreta


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En esta ocasión le citaron a él sólo. No era un encuentro de relax, ni turístico, aunque al señor Garnier le gustaría visitar las cataratas de Agura y el oceanario. Aquella  ciudad rusa de Sochi se estaba convirtiendo en una metrópolis privilegiada en el Mar Negro, que debía estar preparada para dentro de cuatro años albergar los juegos olímpicos de invierno y el circuito de fórmula 1.

Pascal pudo comprobar el auge constructivo en aquella localidad, las hormigoneras atascaban las calles, las carreteras. Los nuevos hoteles estaban surgiendo por doquier. Un nuevo trazado de tren se estaba construyendo desde el centro de Solchi a las estaciones de esquí de Krásnaya Poliana para celebrar los juegos de 2014.

Los rusos, pensó Pascal, tendrían un resort de esquí a dos horas de avión de la capital rusa. Podrían compatibilizar la playa, las aguas termales, la nieve, siendo unos auténticos afortunados. Había leído en algún sitio que gobernantes rusos, como los zares, tuvieron a Sochi como ciudad de descanso, el mismo Putin ahora o, incluso,  el histórico Stalin que hasta  tuvo una dacha.

En esta ocasión, la entrevista no fue con un representante de aquella organización, confiesa Pascal, ya que le saludaron en el hotel, durante la cena, dos personajes rodeados de guardaespaldas que, con el tiempo, supo que eran dos de los tres integrantes de aquel triunvirato de dirección. Uno de ellos  era propietario y constructor de buena parte de las instalaciones del nuevo Sochi, además de magnate principal de concesiones petrolíferas abundantes en aquella zona. El otro comensal, supo que era uno de los principales traficantes de armas en todo aquel territorio, geopolíticamente inestable, si además se le sumaban sus amplios intereses en todo el Oriente Medio. El ausente, era propietario de bastantes empresas farmacéuticas en medio mundo y tenía buena parte del accionariado de algunas multinacionales tecnológicas.

Nunca supo sus nombres verdaderos, la ocultación de sus identidades era un signo más de poder, de enigma, de escudo y protección ante traiciones.

En la cena se acordó salir temprano a la mañana siguiente hacia las montañas. Lo harían en helicóptero privado, disfrutando de aquel paisaje nevado, de aquellos glaciares, de aquella luminosidad que la nieve expandía hasta la retina. La vista era impresionante al igual que el silencio entre los pasajeros de aquel viaje de trabajo.

Nada más aterrizar en un nevero surgieron de la nada dos coches, calzaban en todas sus ruedas unos artilugios tipo orugas que les hacía deslizarse con seguridad y destreza por la nieve y el hielo. En aquel final de octubre la nieve ya era abundante, seguramente en pleno y crudo invierno todo estaría sepultado por cinco o seis metros de hielo.

Llegaron al interior de una enorme cueva natural. Les atendió Bronislav, el encargado de aquel proyecto, tenía aspecto rudo y parecía disponer de la confianza de los máximos representantes de aquella secta mafiosa. Había bastantes barracones prefabricados que servían de refugio a los habitantes que allí convivían. Disponían de electricidad proveniente de unos potentes generadores que estaban situados en el exterior, protegidos de la nieve.
Aquellas estancias se las veía preparadas para los miembros de seguridad que, en número amplio, ya habitaban aquella larga y profunda caverna. La recorrieron en buena parte de su longitud, dando aspecto en alguno de sus rincones y ramificaciones, de instalaciones de una vieja  mina abandonada.

Tras la investigación ocular del lugar, entraron en algunos de los barracones acondicionados y amueblados, concretándose detalles de lo que se le encargaba a Pascal. En el subsuelo de aquellos pasadizos se construiría toda una ciudad secreta, subdividida en varias partes, un cuartel funcional para el personal de seguridad, un santuario del arte para las numerosas obras artísticas de la organización, instalaciones habitacionales para un número máximo de trescientas personas, unos laboratorios para la guerra química y bacteriológica, un almacenaje estratégico de petróleo ya refinado, una plataforma para la ciberseguridad, además de una cámara acorazada para reservas de oro y una cápsula para reuniones restringidas de la secta y el seguimiento de situaciones de crisis.

En el exterior de aquella microzona, aquel proyecto sería una instalación militar secreta, una especie de silo para misiles balísticos de largo alcance, en una posible tercera guerra mundial entre las potencias internacionales que disponían de energía nuclear.

El señor Garnier quedó mudo y pensativo un buen rato, estaba comprendiendo y digiriendo el alcance de aquel encargo de unos auténtico mafiosos. Aquello no era el capricho de unos ricachones sino de unos alucinados maléficos que no tramaban nada bueno. Bajo esa íntima reflexión aceptó el trabajo. Se acordaba de Alexandra en esos momentos, que estaba a miles de kilómetros, no le podría contar nunca el alcance del proyecto en el que se estaba embarcando.

Esa noche se perdió en el casino, invirtiendo las fichas que le regalaron. No tuvo suerte.



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