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Terminé
el desayuno, zumo de naranja recién exprimida con unos crepes rellenos de
mermelada de fresa. Me confieso un goloso, saboreo cualquier mermelada. En el
verano, solemos hacerla artesanalmente en casa, con tomates de las huertas de
nuestra tierra. Para este manjar afrancesado, tiene una santa mano Carla, sus olores son festivos en
la cocina, mezclando mantequilla, huevo, leche, canela, azúcar y harina; toda
esa revolución se derrite en una sartén
con el diámetro adecuado, que sólo usamos para ese menester culinario.
Carla
es toda una gastrónoma de cocina tradicional y mediterránea. El pasado domingo
degustamos en el confinamiento, un vermut con unas tortitas de calabacín y
anchoas que quitaban el hipo.
Me
trasladé al despacho con un café americano cortado con un hilito de “zumo de
vaca”, que diría un castizo. Saqué del cajón del escritorio el dossier de
Pascal, y tras un sorbito de café me ensimismé con aquellas páginas, tan
extrañas para mí, pero al mismo tiempo tan atractivas, tan embrujadas.
Todavía
no había contado nada a Carla de aquella lectura intrigante y misteriosa.
El
señor Garnier proseguía contando cómo le habían contratado para aquel trabajo
único. Seguramente tendría que dedicarle algunos años pero podría retirarle de
la vida laboral, salvo algún que otro capricho estético que pudiera construir. El sueldo que
le prometieron era toda una fortuna, varios millones de dólares en algún
paraíso fiscal, algún lingote de oro y una aportación mensual en dietas para
los gastos más inmediatos y usuales, además de los transportes para los viajes
que tendría que realizar. Un dinero “en negro” para una edificación
arquitectónica, cercana al Mar Negro.
Aquella
construcción secreta sería la ciudad del ARCA de NOÉ, en plena cordillera del
Cáucaso, aprovechando cuevas naturales de gran longitud, toda una fortificación
subterránea, bastantes metros bajo tierra a prueba de ataques nucleares. Todo
ello para un clan de magnates multimillonarios a los que preocupaba su propia
seguridad y la de sus familias.
De
esta forma, tipo refugio nuclear seguro, es como vendieron a Pascal el proyecto
original. Con el tiempo, fue descubriendo que, además, sería un refugio
perfecto de supervivencia ante una guerra química o bacteriológica de carácter
pandémico , también un espacio para conspirar contra el orden estableido. Todo
aquel complejo estaría custodiado permanentemente por un pequeño ejército de
mercenarios de la zona, de Armenia y Azerbaiyán, para el interior de las instalaciones;
así como “cazadores de montaña”, entrenados y adiestrados en la nieve y en los
terrenos de alta montaña en climas fríos, para su exterior. Un cuartel bien
comunicado en aquel laberinto de cuevas sería una construcción complementaria
para custodia y seguridad de aquella ciudad secreta.
Pascal
interiorizó al principio aquel encargo como un capricho de unos cuantos
supermillonarios , hartos de sus beneficios bursátiles o del éxito empresarial
en sus negocios estratégicos. Más tarde, descubría el verdadero alcance de
aquel proyecto, una perfecta guarida para una secta criminal y diabólica.
No
le resultó extraño, todos los líderes mundiales tenían refugios o búnkers
subterráneos, varias plantas más abajo de sus despachos oficiales, para dirigir
crisis mundiales que pudieran darse. La guerra fría y los tiempos de amenaza
nuclear, fueron el motivo o pretexto para la aparición de aquellas
construcciones que servían para proteger en todas las situaciones a aquellos
que tenían más poder en la tierra.
“El
cine nos ha planteado situaciones diversas de estos refugios oficiales”,
pensaba yo, mientras pasaba página.
Ahora
recuerdo un trabajo de investigación, que mandé a mis alumnos de historia sobre
los búnkeres militares en la Segunda Guerra Mundial. Me hablaron de trincheras,
fortines, búnkers artilleros y los industriales, sobre todo en Alemania. Me
hablaron de la famosa “línea Maginot” que construyó el gobierno francés entre
1927 y 1936. Incluso países presuntamente neutrales como Suiza,
construyeron numerosos bunkers en los
Alpes, como parte de su sistema defensivo ante una posible invasión.
No
sólo los líderes mundiales disponían de aquellas posibilidades de seguridad,
algunas familias pudientes adaptaban antiguas instalaciones militares, como
polvorines subterráneos, en refugios personales ante una posible hecatombe o un
apocalipsis, que suele anunciarse conforme pasan las décadas o los milenios.
Pascal
confiesa que el proyecto le resultaba atractivo, intrigante pero atractivo. Muy
bien pagado, era la ocasión de disponer después de un retiro dorado, dedicado a
fabricar aquellas maquetas de monumentos que tanto le gustaba crear. Igual hasta
publicaría algún libro con sus principales obras arquitectónicas.
Por
aquel tiempo, con el primer porcentaje de dinero que le pagaron, convenció a
Alexandra para comprar una amplia y exquisita mansión a orillas del Mar Negro,
en concreto en Crimea, un lugar paisajístico de ensueño, entre playas y aguas
termales. Aquel bombón de edificación, aislada en un amplio terreno arbolado,
con vista y acceso al mar, era un lugar paradisiaco, según su confesión, pasando
sólo el verano en aquel enclave turístico ya que el invierno era infernal y lo evitaban.
Aquellos
magnates citaron a Pascal en Estambul. Acudió junto a Alexandra, invitados en
un largo puente de turismo y trabajo. No habían estado nunca en aquella
fabulosa ciudad, heredera de Bizancio y de Constantinopla. Al matrimonio le
gustó perderse horas y horas por el Gran Bazar, con ese olor de especias de
medio mundo, así como por las tiendas de artesanía, que también les cautivaban.
En
aquella primera reunión del proyecto le pidieron a Pascal exclusividad para el
trabajo, solamente faenaría en este encargo constructivo, que debía estar
terminado en 5 ó 6 años. Debería encargarse de seleccionar a un equipo de
ingenieros y arquitectos que le ayudasen a cumplir objetivos y plazos. Podría
aceptar todas las condiciones laborales que le pidiesen y debían ser seguros,
discretos, reservados y prudentes.
En
quince días contactarían nuevamente con él para visitar los terrenos y espacios
a utilizar en aquella macroconstrucción.
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