Carlos Elordi
En Podemos la disconformidad con los dictados de la máxima dirección se pagan con el abandono del partido. Cualquier intento de ascender en el escalafón o de influir en las decisiones políticas del mismo está llamado al fracaso o al ostracismo si no cuenta con el beneplácito a priori de los jefes.
Errejón ha sido el último ejemplo de esa práctica suicida. Intentó el asalto al poder máximo o cuando menos a compartirlo, ciertamente con toda suerte de artes. Fracasó porque la reacción que se desató en su contra fue terrible. Y lo acusaron de algo que los antiguos comunistas escucharon muchas veces. Lo de que "era demasiado ambicioso", lo cual era pecado.
Pero no tiró la toalla. Porque sabía que al igual que había muchos en Podemos, en la dirección y en las bases, que no podían ni verle en pintura, había otros cuantos que sintonizaban con él. Porque sin contar con una trayectoria ejecutiva que lo justificara del todo, se habría creado la imagen de que él era una alternativa real al liderazgo de Pablo Iglesias. Ideológica, de proyecto político, y de estilo.
La idea de que Errejón no habría rechazado el pacto con el PSOE y con Ciudadanos se consolidó como una verdad indiscutible. El comentario de que "si mandara Errejón y no Iglesias" todo iría mejor se repite desde hace tiempo. Particularmente, aunque no sólo, entre quienes se han alejado de Podemos. Como militantes o como votantes.
Y Errejón jugó esa baza por mucho que ese proyecto no hubiera salido del terreno de las declaraciones. Apostó a que las elecciones en la Comunidad de Madrid podrían darle nueva fuerza para volver a intentar, en un futuro, el asalto a la secretaría general. Algo tan normal como evidente en cualquier dirigente político de cualquier partido.
Pero le pusieron la proa. Imponiéndole una candidatura que nada tenía que ver con él. Como lo habían intentado antes con Manuela Carmena. Que, por cierto, es tan protagonista de la ruptura del jueves como el propio Errejón, aunque la dirección de Podemos evite reconocerlo. Y como les había ocurrido a otros cuantos. Debieron creer que Errejón no rompería a pesar de esa presión. Pero tensaron demasiado a la cuerda y se equivocaron. Como otras veces.
Y ahora Podemos está roto. Y no solo amenazado por el fracaso electoral a corto plazo, sino también por el riesgo de desaparición a medio plazo. Porque hay tensiones no sólo en Madrid sino en otros muchos sitios. Porque es obvio que Errejón aspira a competir con Pablo Iglesias por hacerse con el espacio que queda, y seguirá quedando, a la izquierda del PSOE.
Lo más normal es que ese espacio tienda a reducirse en un horizonte temporal más o menos previsible. No sólo porque algunos votantes se vayan al PSOE, sino porque otros muchos más se irán a la abstención, al descreimiento. Con lo que la suma total de los votos de izquierda, ya tocada últimamente, tenderá a bajar A menos que un milagro lo remedie.
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