Zampón Volador, Panzón de Mar o Tragón Pinchudo son monstruos a los que sobrevive el protagonista de un cuento infantil que algunas noches releo con mi hijo, en estos días y a esas horas con un río de noticias sobre la corrupción como ruido de fondo. Entonces, por una asociación que reconozco patológica, se me viene a la cabeza el tipo del Tragaldabas, personaje este sí cierto, eslabón grotesco entre una normalidad aparente y la boina de aire contaminado que rebosa sobre la ciudad irrespirable.
En la genealogía de la corrupción, el Tragaldabas tiene un sitio: persona que al acceder a un cargo, sea cual sea el sector y el rango, lo disfruta con holgura; a quien la visibilidad y distinción confortan; que en el privilegio se afirma y barrunta que el poder es posición que se debilita con los límites. El Tragaldabas disfruta con fruición en el acceso a bienes restringidos, con un solaz que imagina justa contraprestación a su estatus, que es fruto de su agudeza y su valía
Aunque este espécimen no lo explica todo. El Tragaldabas es carne de mercado, tanto más vulnerable cuanto menos segura de sí misma y, llegado el caso, de un incierto futuro. Emparente o hibride en la familia de los sinvergüenzas su origen no es el mismo, por ejemplo, que el del bribón congénito en busca de fortuna que adquirir o incrementar, allí donde la huela y venga como venga; para el que todo vale si sirve a su señor, que en este drama bufo también es el dinero.
Pero sí, ambos son rastros de esta era, vestigios del bestiario con el que, como en una suerte de explosión cámbrica, las tramas hidra han poblado el paisaje: el banquero centauro, el político arpía, el empresario sirena o el muñidor basilisco, entre tantos. Claro que hicieron falta condiciones propicias. La mutación del desarrollo en crecimiento y cierto grado de temperatura y humedad dineraria, vendavales de especulación abrasiva aventados por leyes disparatadas y una arrogante minusvaloración de la decencia dieron rienda suelta a la voracidad de esas especies.
Tras la orgía del suelo y los eventos, con la devastación llega el festín de los necrófagos, si necesarios en todo ecosistema, en una expansión como excitada y redentora que también produce incertidumbre. Al paso, pienso en mucha gente que anduvo o anda por la cosa pública con naturalidad y prudencia, honestamente; políticos otrora considerados idiotas por los corruptos, tachados luego de corruptos por una cantidad no despreciable de idiotas. Resignación, mejor paciencia.
Blog Esta boca es mía
Jose L. Mora.- estrelladigital
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