Y de Pablo Iglesias solo puede decirse que ante los desafíos, se vuelve pueril. En solo cinco años ha perdido buena parte de su electorado y a casi todos sus amigos.
A sus militantes los tiene confusos y desanimados. La ola de ilusión que procedía del 15M –que, por cierto, él ni lideró ni promovió–, la debilidad de un PSOE en la peor de sus crisis, la indignación de la ciudadanía con los efectos brutales de la gran recesión, y el arte de una retórica tan eficaz como vacua, elevaron a Iglesias al podio de los mejores.
Pero hoy el líder de Podemos es una sombra de lo que prometía ser. Se han visto los precarios andamios de su liderazgo. Es egocéntrico hasta el punto de pedir la vicepresidencia para sí y negociarla luego para su pareja.
No puedo evitar pensar en la noche del miércoles al jueves en la casa de Galapagar: los dos discutiendo la conveniencia de aceptar o no las ofertas del presidente en funciones. “Yo no puedo ser, Irene, pero tú sí”. Tan prosaico, tan cutre.
Sánchez ha hecho lo que tenía que hacer y lo ha hecho bien. Quizá en septiembre haya otra oportunidad. Si alguien introduce un poco de sentido común en la dirección de Podemos. O en noviembre si no. Quizá incluso le arrebate el Gobierno la derecha. Es posible. Pero el electorado premiará en cualquier caso su tenacidad y su coherencia. Y castigará de Iglesias tanto ego y tanta arrogancia.
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