Diego Peris Sánchez.-Lanza de fecha 17 septiembre
Del ejercicio de la política
Vivimos tiempos en los que el comportamiento de determinados políticos, con graves casos de corrupción, y la sensación de inutilidad de su actividad para resolver los problemas de nuestra vida han producido una valoración negativa de su ejercicio y de la actividad que desarrollan en muy diferentes ámbitos. Pero hay también un ámbito más cercano, de la forma del ejercicio político que definen la relación con los ciudadanos y que merece la pena considerar para la regeneración y recuperación de los valores del ejercicio de lo público. Cuatro apuntes sobre el modo del ejercicio de su actividad.
Representante de los ciudadanos y sus intereses comunes
La primera condición del político es su carácter representativo. Ha sido elegido por los ciudadanos para desarrollar una tarea determinada. Una tarea que es el servicio ciudadano en el ayuntamiento, diputación o parlamento. Y por ello debe mantener con fluidez y continuidad un contacto con la comunidad a la que representa para conocer sus problemas, sus propuestas y poder responder ante ellos de las decisiones que adopta.
La organización de la administración en la que trabaja debe establecer los cauces para poder contactar con él, desarrollar las reuniones necesarias con colectivos y abordar las propuestas que se le quieran plantear. Y se debe establecer los cauces y mecanismo para que esa comunicación sea posible y permita a todos acceder a aquellos a los que han elegido. Los modernos sistemas de comunicación pueden ayudar a ello, pero el contacto directo, personal debe seguir siendo una posibilidad real fundamental para un buen conocimiento y compromiso de los responsables políticos.
Como representantes de lo común y defensores de los valores de la colectividad que les ha elegido deben dar cuenta de sus decisiones, explicar sus actuaciones y proponer las ideas que consideren mejor para la defensa de esos intereses comunes.
La participación y democratización cotidiana
Ese carácter representativo tiene que ver con la necesaria participación como hecho normal y habitual. La democracia no se desarrolla cada cuatro años, sino que se ejerce y vive día a día. Y por ello los cauces, los sistemas de participación común deben ser cada vez más fluidos y más eficaces. La participación ciudadana no es un añadido que se pueda o no plantear. Es una exigencia de la vida democrática que debe hacerse eficaz en muy diferentes ámbitos.
Y para ello en cada nivel de la administración deben establecerse los cauces que hagan posible y eficaz esta participación. En niveles y ámbitos que abarquen territorios físicos determinados, barrios, municipios, comarcas, provincias… y en niveles sectoriales de temas que puedan afectar a colectivos determinados. Y para ello los representantes políticos deben facilitar los medios, establecer los cauces y participar activamente en el desarrollo de esa actividad. Ello les facilitará información sobre los problemas reales y cercanos de los ciudadanos, les obligará a establecer compromisos próximos con los intereses comunes y hará que se perciba como próxima la actividad de su gestión diaria.
Curiosamente cuando esa gestión se hace próxima como ocurre en muchos municipios con concejales o alcaldes que practican esta proximidad los vecinos los asumen como parte de su comunidad. Es una tarea difícil y dura que obliga al contraste de opiniones, al debate de ideas, a las decisiones conscientes relacionadas con personas y colectivos directamente implicados, pero es parte esencial de la democracia y de la recuperación necesaria de la política como ejercicio de servicio al ciudadano.
La cotidianeidad como vida en la normalidad de su comunidad debe ser un valor importante de cada político.
El ejercicio del poder ha llevado consigo, en numerosas ocasiones, un alejamiento de la vida cotidiana y normal que realizan los ciudadanos. Los coches oficiales, los teléfonos de empresa, las personas que trabajan para él establecen un sistema de vida artificial que les aleja de la experiencia necesaria de la vida diaria. Resulta sorprendente para nuestra mentalidad ver a los ministros de países nórdicos asistir a su puesto de trabajo en el autobús urbano. La salida del parlamento con un aparcamiento de bicicletas que sus señorías cogen a la salida de la sesión resultaría chocante en nuestro país.
Y sin embargo esa actitud, esa forma de vida, que continúa en la normalidad habitual en el nuevo cargo o trabajo que desempeña es un ejercicio altamente saludable para el político y para el ciudadano que puede verlo como alguien cercano que desarrolla su vida como la puede tener él. Sería sorprendente en nuestro país, pero altamente saludable que cuando uno llegue a la alcaldía reciba un bono de transporte público o la clave para el acceso a la bicicleta que le permite llegar de su domicilio al ayuntamiento. En nuestra ciudad eso sería perfectamente posible y buen ejercicio altamente saludable para la salud democrática.
Esa vivencia de lo cotidiano con los problemas que genera, con las dificultades del día a día, en el transporte, en el uso de los espacios públicos, en los comercios y en la vida de la ciudad suministra al político una información esencial que supera ampliamente muchos informes y dossiers de empresas que probablemente no conocen ni la ciudad ni el uso de aquello de lo que informan a precios nada recomendables.
La transparencia tan enunciada y explicada en muchas ocasiones debe ser una realidad en muchos ámbitos. El compromiso con un cargo público supone la asunción de que gran parte de tu vida particular ha dejado de serlo. Las declaraciones de bienes a la llegada de los cargos y en el momento de abandonarlos, la absoluta trasparencia de su participación en cualquier tipo de actividad económica, en sociedades de cualquier tipo. Los intereses tanto personales como familiares deben ser conocidos y controlados públicamente.
Las retribuciones de los cargos públicos han sido objeto de debate ciudadano en muchos casos. Los cargos públicos con responsabilidades deben tener retribuciones dignas que les permitan dedicarse en plenitud a su trabajo. Pero con una absoluta trasparencia de retribuciones que se perciben desde su ejercicio público y con el establecimiento de las incompatibilidades relacionadas con este ejercicio durante el ejercicio de su cargo y en el momento en que dejan de ejercerlo.
Son pequeños valores, modos de comportamiento exigibles a todos los políticos sean cuales sean sus ideas y sus propuestas. Comportamientos que deberían estar regulados de una forma más clara y radical legalmente. Ese sí sería un buen camino de la regeneración democrática y no el intento de control de los votos por reglamentos y normativas que cambian el sentido de la decisión ciudadana. Los ciudadanos reclamamos de nuestros políticos dedicación, trasparencia, cercanía y normalidad. Cosas sencillas que muchos parecen haber olvidado.
(Un cordial saludo a mi amigo Diego Peris)
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