Montserrat Domínguez
Sin insultar, por favor( 14 de octubre)
La historia de la la comunicación política debe reservar un capítulo a este gobierno: se merece un hueco gracias a los eufemismos que, desde que llegó al poder, nos ha ido regalando para edulcorar la crudeza de la situación que vivimos. Al recargo temporal de solidaridad (en vez de subida del IRPF), al crecimiento económico negativo (en lugar de recesión), al préstamo en condiciones muy favorables (el rescate bancario), a los presupuestos de la recuperación (más recortes, más de lo mismo), o a la movilidad exterior de los jóvenes (en vez de exilio, o emigración pura y dura) se ha unido un voluntarioso Cristóbal Montoro al afirmar que en este país los salarios no están bajando, sino que moderan su crecimiento. Son palabras pronunciadas en sede parlamentaria -y en tono chulesco-, lo que les confiere una especial gravedad, porque el ministro no dice la verdad, y lo sabe.Montoro ha cruzado además una línea roja; en su intento por suavizar una devaluación de salarios en toda regla -el BCE, que tampoco se corta, lo califica de "devaluación competitiva"-, ha provocado una irritación comprensible no ya entre sus adversarios políticos, sino en sus correligionarios, y, lo que es más preocupante para el gobierno, entre los votantes del PP. Conscientes del negativo impacto de las palabras del ministro de Hacienda, Génova distribuyó el miércoles por la noche un argumentario con los datos de los salarios que se negocian en convenios colectivos, que efectivamente "moderan su crecimiento", aunque solo suponen un 22% del total de asalariados. Pero el esfuerzo fue vano: las estadísticas cantan y desde Juan Rosell a Josep Piqué, pasando por Celia Villalobos anoche mismo, calificaron de error las palabras del ministro, lo que, en el fondo, no deja de ser otro eufemismo para evitar decir que Montoro mintió.
Sin entrar en estos incómodos detalles, Mariano Rajoy ha salido en defensa de la gestión de Montoro: "Es un magnífico ministro de Hacienda", pero no debe pasarle inadvertido el paso en falso que está dando todo su ejecutivo en su nueva misión de vender que la recuperación económica está llamando a la puerta. Tocar fondo es muy distinto a comenzar a crecer, y en estos momentos casi nadie duda de lo primero, pero sólo el ejecutivo se empeña en dar por cierto lo segundo. (Aunque hay matices; el ministro de Economía, Luis de Guindos, ha limado el tono triunfalista y se guarda muy mucho en sus comparecencias públicas, sobre todo en el exterior, de echar las campanas al vuelo: por eso insiste en que España ha salido "técnicamente" de la recesión, pero no aún de la crisis.)
Tratar de disfrazar una realidad adversa con eufemismos, o directamente negarla, es una tentación a la que pocos gobiernos se resisten cuando las cosas se tuercen.
"El pesimismo no crea puestos de trabajo", me dijo un día Zapatero en la Cadena SER; corría el año 2008 y aún confiaba en que el pensamiento positivo podría distraer a la opinión pública del tsunami que se avecinaba. Su resistencia incluso a pronunciar la palabra crisis, para luego aceptarla pero coloreada con unos imaginarios brotes verdes, es una losa en el imaginario colectivo que todavía pasa factura al PSOE.
En un giro provocado por los nervios, Rajoy y el Ala Oeste de la Moncloa parecen decididos a vender la recuperación económica antes que en la calle podamos percibirla, y esa ansiedad puede distanciarles de su electorado de manera más profunda que el caso Bárcenas, cuyo impacto en la intención de voto parece difuminarse si el extesorero no ocupa diariamente las portadas de los medios. Sólo fruto de ese nerviosismo se entiende otro error grave: el que cometió el pasado viernes la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, tan prudente y tan hábil hasta ahora para esquivar arenas movedizas, al colgar la etiqueta de defraudadores a medio millón de desempleados... cuando los datos oficiales sólo detectan un 3% de parados sancionados por cobrar la prestación mientras trabajan.
Como sigan así, torciendo las palabras y retorciendo las estadísticas para que se adapten a su discurso, y hablando como hablan de parados, asalariados, funcionarios o pensionistas, no va a quedar ni un solo colectivo en este país que no sienta su inteligencia insultada por el gobierno.
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