En el Libro de los Cantares o del Buen Amor del Arcipreste de Hita (hacia 1330) se encuentran perfectamente distribuidos a lo largo de todo el año los tiempos de don Carnal y de doña Cuaresma, los tiempos del gozo y la alegría y los tiempos de la privación y el ayuno. El día de jueves lardero don Carnal recibe la carta y desafío de doña Cuaresma para que se presente siete días después en el campo de batalla, es decir, el miércoles de la semana siguiente a ese jueves.Ganada la batalla, y hecho prisionero don Carnal, doña Cuaresma reina en la ciudad desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Pascua o Resurrección, es decir cuarenta días.
Así pues desde el pasado jueves lardero estamos en tiempos de gozo, de transgresión. Durante el franquismo el tiempo de Don Carnal estaba prohibido, se disfrazaba de fiestas de invierno, de un poco de humor pero con orden, de tolerar las máscaras pero con la cara destapada. Con los años, el pueblo iba conquistando parcelas de libertad. Del humor se llegó a la picardía, y de la picardía a la ruina del poder establecido. Con la cara tapada no te conocía ni el confidente de turno.En la transición política Don Carnal dió paso a la movida. Pasar desapercibidos. Tener varias vidas.
Hoy, muchos años después, Don Carnal aún triunfa. Queremos música y disfraces. Queremos sátira que nos cure de mentiras y de sobres con sobresueldos. Queremos metamorfosis, todos podemos ser Obispos o centinelas de la civilización. Queremos erotismo, como ese especie de juego de la Esteban con un jugador merengue. Queremos desfachatez, como si pudiésemos plagiar impunemente una tesis doctoral. Queremos juego, como si en cada comunidad de vecinos pudiéramos instalar un sucedaneo de Eurovegas.
Durante unos días de don Carnal se instala la magia de una máscara que al tapar los ojos transforma al hombre y le libera de las responsabilidades. Todos podemos cantar " no hay pan para tanto chorizo", Todos podemos ser árbol cuyos brotes son incontrolables. En la Cuaresma el orden vuelve y los disfraces se retiran a su redil y los hombres a pisar el próximo segundo de la realidad cotidiana: no llegar a fin de mes.
Es tiempo de ocultarse. Las máscaras que nos oculten de la luz: el nuevo miedo a nuestro propio rostro desnudo. La destreza del camaleón. Cuerpo perdidos entre otros cuerpos, cuya cara se diluyese entre las otras caras, cuya voz se disfrazase de los tonos y la profundidad de quienes la escuchan :¡no me conoces¡.
Entre tanto sufrimiento económico, entre tanta mentira del poder absolutista, entre tanto dar explicaciones que nada explican; que reinen las carnestolendas un tiempo, que son democráticas; que reinen las metáforas del ocultamiento en esta sociedad excesivamente desconsolada,acomodada. Quizás las letrillas de coplillas y jacarandas nos alumbren un tiempo nuevo.
¡Pero eso hay que conquistarlo¡.
Durante unos días de don Carnal se instala la magia de una máscara que al tapar los ojos transforma al hombre y le libera de las responsabilidades. Todos podemos cantar " no hay pan para tanto chorizo", Todos podemos ser árbol cuyos brotes son incontrolables. En la Cuaresma el orden vuelve y los disfraces se retiran a su redil y los hombres a pisar el próximo segundo de la realidad cotidiana: no llegar a fin de mes.
Es tiempo de ocultarse. Las máscaras que nos oculten de la luz: el nuevo miedo a nuestro propio rostro desnudo. La destreza del camaleón. Cuerpo perdidos entre otros cuerpos, cuya cara se diluyese entre las otras caras, cuya voz se disfrazase de los tonos y la profundidad de quienes la escuchan :¡no me conoces¡.
Entre tanto sufrimiento económico, entre tanta mentira del poder absolutista, entre tanto dar explicaciones que nada explican; que reinen las carnestolendas un tiempo, que son democráticas; que reinen las metáforas del ocultamiento en esta sociedad excesivamente desconsolada,acomodada. Quizás las letrillas de coplillas y jacarandas nos alumbren un tiempo nuevo.
¡Pero eso hay que conquistarlo¡.
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