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viernes, 5 de junio de 2020

Un encargo faraónico


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Terminé el desayuno, zumo de naranja recién exprimida con unos crepes rellenos de mermelada de fresa. Me confieso un goloso, saboreo cualquier mermelada. En el verano, solemos hacerla artesanalmente en casa, con tomates de las huertas de nuestra tierra. Para este manjar afrancesado, tiene una  santa mano Carla, sus olores son festivos en la cocina, mezclando mantequilla, huevo, leche, canela, azúcar y harina; toda esa revolución se derrite  en una sartén con el diámetro adecuado, que sólo usamos para ese menester culinario.
Carla es toda una gastrónoma de cocina tradicional y mediterránea. El pasado domingo degustamos en el confinamiento, un vermut con unas tortitas de calabacín y anchoas que quitaban el hipo.
Me trasladé al despacho con un café americano cortado con un hilito de “zumo de vaca”, que diría un castizo. Saqué del cajón del escritorio el dossier de Pascal, y tras un sorbito de café me ensimismé con aquellas páginas, tan extrañas para mí, pero al mismo tiempo tan atractivas, tan embrujadas.
Todavía no había contado nada a Carla de aquella lectura intrigante y misteriosa.
El señor Garnier proseguía contando cómo le habían contratado para aquel trabajo único. Seguramente tendría que dedicarle algunos años pero podría retirarle de la vida laboral, salvo algún que otro capricho  estético que pudiera construir. El sueldo que le prometieron era toda una fortuna, varios millones de dólares en algún paraíso fiscal, algún lingote de oro y una aportación mensual en dietas para los gastos más inmediatos y usuales, además de los transportes para los viajes que tendría que realizar. Un dinero “en negro” para una edificación arquitectónica, cercana al Mar Negro.
Aquella construcción secreta sería la ciudad del ARCA de NOÉ, en plena cordillera del Cáucaso, aprovechando cuevas naturales de gran longitud, toda una fortificación subterránea, bastantes metros bajo tierra a prueba de ataques nucleares. Todo ello para un clan de magnates multimillonarios a los que preocupaba su propia seguridad y la de sus familias.
De esta forma, tipo refugio nuclear seguro, es como vendieron a Pascal el proyecto original. Con el tiempo, fue descubriendo que, además, sería un refugio perfecto de supervivencia ante una guerra química o bacteriológica de carácter pandémico , también un espacio para conspirar contra el orden estableido. Todo aquel complejo estaría custodiado permanentemente por un pequeño ejército de mercenarios de la zona, de Armenia y Azerbaiyán, para el interior de las instalaciones; así como “cazadores de montaña”, entrenados y adiestrados en la nieve y en los terrenos de alta montaña en climas fríos, para su exterior. Un cuartel bien comunicado en aquel laberinto de cuevas sería una construcción complementaria para custodia y seguridad de aquella ciudad secreta.
Pascal interiorizó al principio aquel encargo como un capricho de unos cuantos supermillonarios , hartos de sus beneficios bursátiles o del éxito empresarial en sus negocios estratégicos. Más tarde, descubría el verdadero alcance de aquel proyecto, una perfecta guarida para una secta criminal y diabólica.
No le resultó extraño, todos los líderes mundiales tenían refugios o búnkers subterráneos, varias plantas más abajo de sus despachos oficiales, para dirigir crisis mundiales que pudieran darse. La guerra fría y los tiempos de amenaza nuclear, fueron el motivo o pretexto para la aparición de aquellas construcciones que servían para proteger en todas las situaciones a aquellos que tenían más poder en la tierra.
“El cine nos ha planteado situaciones diversas de estos refugios oficiales”, pensaba yo, mientras pasaba página.
Ahora recuerdo un trabajo de investigación, que mandé a mis alumnos de historia sobre los búnkeres militares en la Segunda Guerra Mundial. Me hablaron de trincheras, fortines, búnkers artilleros y los industriales, sobre todo en Alemania. Me hablaron de la famosa “línea Maginot” que construyó el gobierno francés entre 1927 y 1936. Incluso países presuntamente neutrales como Suiza, construyeron  numerosos bunkers en los Alpes, como parte de su sistema defensivo ante una posible invasión.
No sólo los líderes mundiales disponían de aquellas posibilidades de seguridad, algunas familias pudientes adaptaban antiguas instalaciones militares, como polvorines subterráneos, en refugios personales ante una posible hecatombe o un apocalipsis, que suele anunciarse conforme pasan las décadas o los milenios.
Pascal confiesa que el proyecto le resultaba atractivo, intrigante pero atractivo. Muy bien pagado, era la ocasión de disponer después de un retiro dorado, dedicado a fabricar aquellas maquetas de monumentos que tanto le gustaba crear. Igual hasta publicaría algún libro con sus principales obras arquitectónicas.
Por aquel tiempo, con el primer porcentaje de dinero que le pagaron, convenció a Alexandra para comprar una amplia y exquisita mansión a orillas del Mar Negro, en concreto en Crimea, un lugar paisajístico de ensueño, entre playas y aguas termales. Aquel bombón de edificación, aislada en un amplio terreno arbolado, con vista y acceso al mar, era un lugar paradisiaco, según su confesión, pasando sólo el verano en aquel enclave turístico ya que  el invierno era infernal y lo evitaban.
Aquellos magnates citaron a Pascal en Estambul. Acudió junto a Alexandra, invitados en un largo puente de turismo y trabajo. No habían estado nunca en aquella fabulosa ciudad, heredera de Bizancio y de Constantinopla. Al matrimonio le gustó perderse horas y horas por el Gran Bazar, con ese olor de especias de medio mundo, así como por las tiendas de artesanía, que también les cautivaban.
En aquella primera reunión del proyecto le pidieron a Pascal exclusividad para el trabajo, solamente faenaría en este encargo constructivo, que debía estar terminado en 5 ó 6 años. Debería encargarse de seleccionar a un equipo de ingenieros y arquitectos que le ayudasen a cumplir objetivos y plazos. Podría aceptar todas las condiciones laborales que le pidiesen y debían ser seguros, discretos, reservados y prudentes.
En quince días contactarían nuevamente con él para visitar los terrenos y espacios a utilizar en aquella macroconstrucción.

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